ADIÓS, CORDERO!
Cuando mi precaria economía me da un respiro y se me airea la cartera con un antibiótico de amplio espectro, acudo a una buena brasería y con calma budista me como un chuletón. No soy yo hombre de grandes o pantagruélicos apetitos, ni pituitarios ni eróticos, ya ambos atenuados por la machacona insistencia de la edad y el tiempo, que fluyen, que cada vez fluyen con más rigor. Pero aun así me permito un