Aunque uno va masticando a duras penas las muestras más indigestas de la condición humana a veces aun me sorprende alguna exhibición de correosa desfachatez. Yo sabía, por escarmiento en cabeza propia, que las ansias de los curas en prohibir, en censurar lo que a ellos no les gustaba, era ya una enfermedad tan grave como incurable, y que en esa sigue la cleriguicia del mundo entero, gente sufrida. Ahora ya no andan por estos lares tan preocupados por la métrica de las faldas femeninas pero algunos, si pudieran, como hacían antaño del ganchete del brazo secular bajo palio, nos colgarían del palo mayor del altar, para escarmiento de herejes. Pero lo que ya me coge un poco de sorpresa es esa misma manía clerical de censurar a diestra y siniestra que le ha entrado a la izquierda izquierdosa atea, gobernante en el Madrid de Los Cielos. La última muestra ha sido ofrecida por el ministro Garzón, un ministro en un ministerio playmobil que le han creado para que juegue y pueda curarse sus ínfulas sin hacer demasiado daño ni estorbar mucho. Nombrar a un comunista Ministro de Consumo no deja de ser una prueba del buen humor que caracteriza al actual jefe del gabinete. Mefistofélico, diabólico, retorcido juego de consulta de pediatra. Si lo hubiesen nombrado Ministro de Ahorro Agarrado no hubiese sido tan gracioso el asunto. Pero el muchachote se aburre y ha encontrado que sermonear y prohibir son actividades, más que lúdicas, eróticas. Ha enviado misivas amenazantes a los equipos de fútbol para que retiren la publicidad del juego en internet que figura en las camisetas de los gladiadores futbolistas. Les ha indicado que en el caso de que perseveren en su error teológico garrafal les caerá una multa de garrotazo y tentetieso, y todo ello con la justificación, absolutamente santificada por la diosa Fortuna, de proteger la salud de los pobres y desamparados jóvenes que caen aspirados por las fauces de ese monstruo llamado ludopatía. Y esta ocurrencia, añadida a alguna más, se encarnará en Ley por obra y gracia del Espíritu Santo de un gobierno con el don de la infalibilidad. Vamos bien. Supongo que en la próxima merienda de trabajo, en el refectorio del convento, entre el Ministerio de Consumo Austero y la Ministra de Igualdad al 25%, se pondrán manos a la obra para seguir prohibiendo ese consumo que nos esclaviza y esa desigualdad que nos avergüenza, y así pasarán a la acción para que las empresas de fabricación de cosméticos retiren su publicidad sexista y antinatural de perfumes, repleta de mozos y mozas guapetones, que hablan en francés bretonante e incomprensible, ya que lo natural es el sudor de nuestra frente y nuestros sobacos bajo las gorras proletarias y las camisas obreras; los anuncios de coches no podrán incluir caballos de ningún tipo, ni tubos de escape, para proteger la salud de los asmáticos y prevenir el sufrimiento animal. Se prohibirá, bajo pena de encarcelamiento, cualquier anuncio de alcohol para evitar que los dipsomaníacos puedan recaer en su vicio nefando; y en aras de proteger a los animalistas con pin en la solapa, de las garras de los psicoanalistas, retirarán de todas las colinas al Toro de Osborne, vaya antigualla, y así mataremos dos pájaros de plástico de un tiro. Abajo las corridas y las mac-hamburguesas . Para evitar la obesidad se prohibirá la publicidad de refrescos azucarados, de comida precocinada y de videoconsolas. Para evitar la ceguera se prohibirán los anuncios de contactos…
Por este camino, despues de este interludio pandémico saldremos a la calle con la mascarilla convertida en mordaza, miraremos con desconfianza a nuestros vecinos fumadores, viviremos en una republica de secuestrados con síndrome de Estocolmo y, puesto que nuestros dirigentes creen que somos imbéciles, nos echarán en brazos del fanatismo ascético religioso y, como trapenses, viviremos sin necesidad de consumir más allá de unos tronchos de berza. Mientras a algún lunático no se le ocurra prohibir la publicidad de los tronchos de berza en defensa del mejor alimento de aire puro importado desde China en bombonas de oxigeno. Si a pesar de todo alguien sale de esta tragedia con cierto optimismo ni se le ocurra ir a celebrarse con un vaso de vino a un local cuyo aspecto exterior haga pensar que es un bar. Es publicidad engañosa, habrá caído en la trampa y será confinado en un gulag. No, es mejor que cruce la calle, que se dirija a la capilla más cercana, y allí, en un rincón apartado, confiese sus sucios deseos consumidores al confesor, y renuncie de una vez al demonio de la libertad personal, al del juego y al de la carne, no vaya a ser que le salga un lobanillo en el cerebro.