El doctor Simón es un hombre que vive en un fuego cruzado de escopetas agazapadas tras varios matorrales. A veces tiene la impresión de ser un pobre conejo que tiene que estar ojo avizor para esquivar los perdigones que, con trayectorias inverosímiles, pueden acabar con su vida. El doctor Simón es, obviamente, doctor, pero yo no estoy muy seguro de a qué doctorado se refieren los medios de comunicación cuando lo califican así. A mi se me ocurre que el doctor Simón es un sabio que estaba observando, con una lupa, su colección de mariposas, y que fue despertado de su sueño por una llamada telefónica para que se pusiese al frente de las declaraciones diarias sobre le epidemia. A veces me da la impresión de que el doctor Simón, en su aparente impasibilidad, tiene la intención de salir corriendo de la tribuna y volverse a sus mariposas, para protegerse de una bala que puede herirle en zona vital. Es solo una impresión mía, claro. De lo que no me cabe duda es que el doctor Simón es un sabio. Hay que ser muy sabio para ir cambiando de opinión sobre algo, a medida que las noticias sobre eso mismo van enrevesándose. También estoy seguro de que este hombre hace un año no tenía ni idea de coronavirus, pero pronto se ha puesto al día, como la mayoría de los españoles. Y es que la mayoría de los españoles también somos muy sabios aunque no coleccionemos mariposas. Así que cualquier español podría ponerse ahora mismo delante del atril soltando los datos y las impresiones sobre la situación, porque con los datos que se reciben todos los días se puede, no sólo formar una opinión, sino que, al día siguiente, hay que cambiarla. Lo que no podrían hacer ese montón de españoles sería dar esas impresiones con la naturalidad que caracteriza al doctor Simón, eso solo se aprende en las largas tardes de invierno, inclinado sobre el dibujo inverosímil de la Papilio machaon pinchada con un alfiler, qué belleza.
Lo que no podía ni imaginar este hombre, fichado por el Barrio Sésamo gubernamental de Epi y Blas, es que se iba a ver envuelto en una polémica tan afilada como la que se produjo con un chascarrillo que soltó por ahí en una reunión de enemigos, delante de una cámara de gas. Como ya había pocas escopetas, vio con horror como otro caño negro como la noche asomaba detrás de una mata de alhelíes florecidos. Una señora, no sé si presidenta de todas las enfermeras del universo o de un sindicato de Enfermeras Mundi, vestida con la coraza de Juana de Arco, pidió la cabeza de este santo por haber cometido un delito tan grave como el de haber hecho un chiste machista. Qué poco futuro tiene el humor en este país endemoniado, habrá pensado el hombre, ni siquiera se perdonan los malos chistes, esos que se nos ocurren por inercia, para quedar bien, las ocurrencias poco hechas. Como el doctor Simón perseguía mariposas con un colador de café, en lugar de perseguir enfermeras por la planta del hospital, se sintió un hombre injustamente atacado y se puso muy triste, él que es de naturaleza optimista. Así que decidió pedir perdón y prometió que intentaría reformarse de palabra, obra y conciencia; o internarse en un sanatorio para réprobos viciosos lenguaraces machistas.
Ahora, aunque las noticias sobre el coronavirus fuesen menos preocupantes, y a veces pudiera haber momentáneas victorias sobre la enfermedad que a todos nos hagan ilusiones, el doctor Simón ha perdido su ímpetu. Cada vez que se acerque al atril temblará con la idea de que lo que vaya a decir no sea una muestra de descuido sexista, racista, ateísta, capitalista, individualista egoísta. Se aturulla, confunde datos, sólo dice números, cuenta mal, suma peor… y ya se ve colgado cabeza abajo de cualquier canana mediática: Otro santo mártir, dudando en cambiar el estudio de las dulces mariposas por el de las femeninas mantis religiosas, menos peligroso pero también menos agradable.