El problema le llegó al ingeniero cuando un río se atravesó en su camino.
-Hay que hacer un puente- le dijeron los de la constructora, -para que pasen el ferrocarril y la carretera”.
-Verá usted, -contestó el pobre hombre- es que realmente yo no soy ingeniero, el ingeniero era mi padre, yo no acabe el bachillerato. Lo que pasa es que en el Partido le dijeron que ese era un detalle sin importancia y me dieron el chollo. Y lo peor es que mi padre se ha muerto y no hay nadie que me pueda echar una mano. Yo sólo podría hacer un puente con palillos y plastilina. Mucho me temo que será mas fácil desviar el río.
Cuando llegan los problemas reales, más allá de bailar la conga en el atril de la Cortes, o la polka en Bruselas, el asunto se retuerce y las consecuencias son nefastas para los administrados estabulados ciudadanos: muchos mueren porque quiénes están en los altos cargos no tienen ni idea de lo que se traen entre manos y se miran unos a otros buscando en los espejos una musa que los inspire. Y entonces la Musa de la Fanfarria, conchabada con los de siempre, Plutón, que se frota las manos y el Diablo que se frota el rabo, con perdón, les sopla al oído una idea genial: “Propaganda: mentid hasta la extenuación, farfullad explicaciones indescifrables, enarbolad banderas, atacad sin piedad a la oposición, adulad a vuestros socios, obviad la ignominia, prometed prebendas, mantened a los inútiles, pagad a quienes os votan, y lo más importante, cread un Comité de Expertos pero sin expertos que os enmienden la plana. Acordaos de aquel Conjunto Vacío de la EGB”. Y así, en todos y cada uno de los dieciocho palacios episcopales que habitan estos monseñores, repletos de ideología de mercadillo, de soberbia ignorante, de fanatismo ciego, de impiedad cristiana, se oye la misma canción: “Al pasar el río me dijo el barquero las niñas bonitas no pagan dinero, tralará”.