Un clarinete y algunas paredes de cristal
A medio camino entre la tarde y el anochecer solía acomodarse en aquel rincón cerca de la modorra y alejado del trajín. No era un mal lugar. Había pasado la noche en sitios peores pero aquel, al menos, estaba caliente. Desplegó el cartón, echó con cuidado el saco por encima, estiró las piernas y entornó la mirada recostado contra la pared. Le dolían los tobillos, le dolían las manos y le dolían los días. De