Derechito. Tal vez no como había vivido pero calladito y sin un ay. Hacía tiempo que venía finando, oliendo a incienso, a óleo de extremaunción y a gladiolo marchitado. Sin embargo, mientras se producía el traslado (nunca supo si hacia arriba o hacia un lado) dudó por una eternidad si sería bien recibido porque en la última etapa de su vida se había vuelto indolente y perfumado. Y mientras se trasladaba, barajó la posibilidad de presentarse primero a su casero para ofrecerle sus respetos y quedar para tomar una yerbabuena o directamente al apartamento que le dijeron le correspondía sin más preámbulos ni saludos de rellano. Recordó que había preguntado si tenía vistas. El intermediario, asomando apenas un sí, le contó chanceando que tenía vistas a la bahía, melodías de sirena y escenarios inmensos de palmeras tropicales. Angelito no se lo creyó y volvió a insistir. Incluso llegó a amenazar con no hacer la mudanza si aquel individuo no le garantizaba un aposento digno, acorde con su categoría de trasladado forzoso. El intermediario le aseguró que era muy luminoso, que daba a la calle y que estaba situado en un barrio muy tranquilo donde nunca pasaba nada. El taxi que lo llevaba se cruzó con otro. Una ráfaga de luces y Angelito preguntó si faltaba mucho. El intermediario respondió con un deje de cansancio que tuviese paciencia, que el viaje era largo y la carretera no estaba en demasiado buen estado. Le recomendó que se relajase y que disfrutase del paisaje. Angelito se encogió de hombros y se preguntó qué paisaje, que allí lo único que se veía era una niebla de cuaresma. Tampoco es que las vistas antes del traslado fuesen una maravilla. En honor a la verdad, ni siquiera había vistas y de ahí la insistencia en preguntar. Volvió a mirar por la ventanilla si por casualidad algún claro le permitía avistar aunque sólo fuese un rastrojo en la cuneta o un hueco en aquella pared. Tal vez algún pájaro sesteando o alguna señal de prohibido a más de ciento por hora. Más de lo mismo; aquella niebla flotando que tenía una luz como de farol. Y él lo sabía muy bien porque la mayor parte de su vida había transcurrido en un continuo atardecer, con la Luna partida y apenas un rayo de sol. La mayor parte de su vida había sido demasiado de todos y casi nada de él. La había consumido lo mismo que un cigarrillo una y otra vez con algunas pastillas de colores y un pico bajo la piel. La había consumido. A tragos largos. Gota a gota a veces y otras, sin demasiada sed. Y él lo sabía bien aunque nunca se había preguntado por qué. Se dejó llevar. Se dejó llevar sin preguntarse por quién. El intermediario, ya hemos llegado, le dijo que preparase sus cosas, la ropa no te hará falta, la maleta sin nada y de regalo dos nubes requemadas de plata y una estrella amortajada de papel. Y Angelito volvió a preguntar si habría vistas, si habría luz de día. Si habría brisa y cortinas para no cerrar. Si habría otra vida que vivir y alguna ventana, aunque fuese una, que diese al mar.
Y Angelito se fue directamente contra el cielo
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Carlos Garcia-Manzano
Carlos Garcia-Manzano
Él es Carlos García-Manzano amigo no sólo de elcercano, donde cada semana participa activa y entusiastamente en nuestro programa de radio, con su sección"Todo Letras" acercándonos a este mundo de relatos inéditos, creados por él mismo, y cada cual más original. Hoy comparte sus historias no sólo por las ondas radiofónicas sino también por estos espacios virtuales.
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