El que escribe ha jurado ser decente… pero, a la larga, la vida considera demasiado exquisito ese juramento e, insidiosa, le pone la zancadilla… No comprende por qué la vida se porta de ese modo. Antes de verlo, deberá recorrer un largo camino
El día está gris, 20 grados, la gente camina tranquila. Un mendigo con la flauta: «Una monedilla, ¡ay Dios mío que leria! …tiruritiruri ri ri la la…». Se aleja. Menos mal, pues este tipo requiere mucha atención y no deja que me concentre en lo que sucede, que es lo que quiero exponer. Me alimento de la lengua hablada. La lengua me escribe, es el partido que me envuelve. Ahora veo a Cristina Pardo (presentadora) en una pantalla callejera, sentenciando los pitidos a Pedro Sánchez. El tema es el del bombo que le dan a una señora que en el mejor de los casos tiene la autoridad de una galleta china para cualquier asunto, salvo los peinados-nido de pájaro que se coloca.
En otro mensaje: «Está pasando desapercibido este grave asunto en el que Ursula von der Leyen posiblemente acabe en prisión. Así como dato: se negoció secretamente la compra de 80.000 millones de viales a Pfizer. En Europa somos 450 millones. Sale a unas decenas de miles de vacunas por persona».
El viento se mueve hacia Italia. Feliz quien pueda seguir ese instinto nómada. No hay que excitarse por la gente. Mire lo salvaje que se ha vuelto: en Pamplona atacan a un español negro (nacido en Cuba) por llevar la bandera de España. Los españoles blancos mirando. ¡A esto hemos llegado!
Lo que haya de suceder depende, según mi concepción del mundo, de la Providencia Divina, que tiene sus intenciones para cada pueblo, dice un pamplonica que sabe de lo que habla. Para terminar, señores, quisiera formular mis mejores votos por el éxito de su difícil y abnegada labor en pro de la hermosa España. Mucha suerte en sus futuros esfuerzos. Vive como, si mueres, desearías haber vivido.
El día se calentó y me muevo hacia el parque de San Lázaro, en Orense, me siento en las terrazas de «Le Bon Vivant». El alcalde Jácome pasa despacio en coche, se para, baja el cristal y dice: «Esta noche doy otro pregón en el 21». Este alcalde es distinto, tiene mérito, se enfrentó a las fuerzas vivas de la ciudad y puede que salga otra vez victorioso. Pronto se verá.
En la calle del paseo un vendedor callejero senegalés lanza su discurso: «No hay que reírse señores, no se rían, no sabemos lo que pasa en el pequeño cerebro de un niño, por eso vendo cositas con los colores de España, para que los niños cuando sean mayores quieran a su tierra». Esas cabecitas tan monas, tan pequeñas, con sus pelitos, qué bonito, ¿verdad?. Oiga, caballero, llévese esto, ya verá como su hijo nace derecho y no se tuerce. Quítese de la calzada, joven, si no lo atropellará un coche y, ¿quién recogerá luego los restos? Oiga, caballero, llévese estas cositas con los colores de España para que su hijo crezca derecho y no se tuerza en el camino.