Es este silencio desgarrador y a la vez necesario que mantiene hoy mi parón…la noche no me ha dado tregua y me ha obligado a quedarme en cama. Apenas diez minutos para darme una ducha rápida y airear la habitación.
He mirado por la ventana, la terraza del bar de abajo todavía asoma resquicios de verano, el que nunca llega a nada: el tiempo, ese que hace arder cual cerilla siempre nuestra chispa, quejicas por naturaleza de una ciudad sin entretiempo.
Pienso en mi rutina, hoy estancada, la que voy a retomar en breve, y pienso al tiempo en la rutina frenada de golpe de aquellos que están hoy enganchados a bocanadas de vida bajo techos fríos de hospitales…siempre pienso en ellos, no lo puedo evitar.
Anclados en bucle de la creencia de que nos ha tocado una sociedad carente de valores y de principios, o de vivir a toda velocidad mientras el cuerpo nos da avisos de que el “carpe diem” está muy bien, pero despacio, como decía aquel anciano del autobús cuando otro le preguntó: “Como vas Manuel?”; “Despacio Antonio, que a esta edad no queda otra…”
Escucho el reloj de la cocina a lo lejos, ese tic tac que domina nuestros sueños…y mi neurona aún mareada vuelve a pensar en lo afortunada que soy, en que ayer planeaba algo que hoy no pudo ser, o en esas preocupaciones que velan mis noches cuando todavía no ha pasado NADA.
Porque VIVIR ha de ser casi por obligación nuestra pasión, descubrir, conocer, aprender, observar, escuchar, besar, abrazar…y ser uno mismo sin miedo, sin prisas. Total, al final la vida pasa al ritmo que le da la gana, vayas en avión o en monopatín, así que haz tu viaje disfrutando y saboreando esas rutinas, las que hoy te recuerdan que tienes el mismo derecho a reír a carcajadas que a mojar tu almohada de lágrimas.