Durante los tres últimos meses su madre lo estuvo santeando entre bisbiseos y jaculatorias. El médico le había dicho que aquellas fiebres no eran de este mundo y por lo tanto, en este mundo, no había medicina capaz de curar aquel mal. Y el doctorcito sabía lo que se decía, que se lo había dicho su comadre que lo conocía de oídas de otras comadres. Ella le había suplicado, ay doctor que es mi niño, y él había movido la cabeza cada vez que escuchaba aquel lamento. Reza, le decía dentudo compadeciéndola desde los lentes. Y ella, sin el menor convencimiento, desgranaba una a una las cuentas del rosario, una vez y otra hasta quedarse dormida en el sofá de pana gastada, gastada por el uso, por el tiempo, gastada porque sí, gastada como ella. El cabrón de su marido la había dejado nada más nacer el niño. Envuelto en aquellos trapos recién hervidos para el parto, había destapado casi con miedo el envoltorio y se había topado de frente con aquella criatura arrugada, encogida, como un gurruño de papel. A su pesar, había blasfemado, había maldecido su mala suerte mirando con ira hacia lo alto. Nunca más volvió a verlo ni a saber de él. Alguien le dijo una vez, olvídate mujer, que se había juntado con otra, no merece la pena, te lo digo de buena fe, y que tenían un machito fuerte y sano, y no es por chismorrear líbreme dios y mucho menos por malmeter. Pero su niño había nacido contrahecho, deforme, ida la mirada y la vida sin sustancia. Y durante los primeros días y muchos más, lloró en silencio lo que sólo ella sabía y al mismo tiempo que lo hacía por pena, pobre niño Juan, también lo hacía por rabia, me cago en la vida de su padre si alguna vez es capaz de tenerla. Y corajuda tiraba para delante como podía con aquella criatura. Tres meses lo estuvo santeando desde que el médico le había dicho que aquello no tenía solución, no diga eso doctor, y que cuanto antes mejor. Y ella lo miraba una vez más, los ojillos como asustados y la cabeza como rota, descolgada. Se aprendió todas las letanías, todas las oraciones, a Jesús sacramentado, todas las súplicas a san Carlos omnipotente y misericordioso, a san Judas Tadeo, anda santito que te lo pido por mi niño. Buscó al curandero, se lo pido señor, haga que mi niño consiga reír. Y el curandero, al igual que el doctor, chascaba la lengua y le decía rendido mientras tendía la mano, un billete más, que no podía ser. Se fue a la santera, se lo suplico por su vida, sánelo, para que sea como dios quiera. Y la santera le imponía las manos en el pecho, en la frente y le frotaba las piernas. Rezongaba por lo bajo latinajos y desvaríos, alzaba los brazos al techo y salpicaba ginebra por el cuerpecito arrugado y encogido. Vuelve dentro de siete días que ahora son cincuenta. Y ella volvía envuelto el niño Juan entre una toquilla y dos camisas. Y la santera volvía a imponerle las manos en el pecho, en la frente y volvía a frotarle las piernas. Y así durante algún tiempo, son cincuenta más, en que los latines no cambiaban y el cuerpecito seguía encogido y arrugado. Volvió al doctor una mañana de verano, qué puedo hacer que usted no sepa. Quiérelo mujer, le dijo una vez más. Quiérelo sin dejar de rezar porque más que hacerle bien a él a ti no te hará mal. Y una mañana de verano apareció muertecito, la piel alisada y una sonrisa en la cara. Tres meses lo estuvo santeando, pobre niño Juan.
‘Pobre niño Juan’
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Carlos Garcia-Manzano
Carlos Garcia-Manzano
Él es Carlos García-Manzano amigo no sólo de elcercano, donde cada semana participa activa y entusiastamente en nuestro programa de radio, con su sección"Todo Letras" acercándonos a este mundo de relatos inéditos, creados por él mismo, y cada cual más original. Hoy comparte sus historias no sólo por las ondas radiofónicas sino también por estos espacios virtuales.
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3 comentarios en “‘Pobre niño Juan’”
Carlos, una cosilla, te sugiero que hagas separaciones frecuentes creando parrafos cortos, porque eso ademas de facilitar la lectura de lo que escribes, tambien puede aportar una cierta sucesion estructural de secuencias, que provistas de la apropiadamente estrategica intensificacion, pueden sumergir facilmente a quien lo lee, en la verdadera intencionalidad subyacente al texto.
Y en cuanto a lo que cuentas, no te comento nada, porque hay gustos para todo. Por ejemplo a mi me gusta mucho el chocolatito con canela, y en casa me tomo dos o tres tazas todos los dias..
Ya sabes, Carlos. Y de paso que haces lo que el Espíritu Santo te inocula, aprovecha para clavar acentos en su texto: párrafos, además, también, sucesión, estratégica, intensificación, fácilmente, mí, días… Joder, cómo echo de menos a Hobbes y a Rovira. Puto diácono de los cojones.
Carlos ,yo hoy te hago la ola,después de aquello de “Los cojones de Villalpando los llevan dos bueyes y van sudando”.