Érase una vez, allá por el año 1962, que el pintor Arturo Souto hizo una exposición en Vigo (también en Santiago y Bilbao) a la que fueron mis padres, como era habitual en ellos el acudir a las distintas ciudades gallegas donde exponían artistas, gallegos fundamentalmente. Por amor al arte, sí, por amor, y quizás también porque tuviera algo que ver -pienso yo- el hecho de que mi tío Pepe fuese pintor también. Bueno, el caso es que en ese año expuso Arturo Souto en Vigo, y allá que acudieron para ver su obra. Y le compraron un cuadro, el que hoy sigue en casa de mi madre, después de casi sesenta años. Simpatizaron, cosa nada extraña porque mi padre era el primero que cuando admiraba el trabajo de alguien se lo reconocía sobradamente, sin cortarse un pelo, y a todos nos gusta que nos quieran. Pero la anécdota importante, y de la que voy a presumir ya anticipadamente, es la que siguió después de esta compra. Arturo Souto tuvo en esa exposición escaso reconocimiento (así lo recoge la propia Wikipedia, cuyo enlace ya pongo para el que esté interesado en conocer a este pintor: https://es.wikipedia.org/wiki/Arturo_Souto), o lo que es igual decir que debió vender muy poco, y desengañado programa su viaje a México (donde había vivido exiliado durante muchos años) para posteriormente regresar a España e instalarse en Madrid. Pues bien, mi padre le sugirió la posibilidad de exponer en Ourense, porque en Ourense había afición al arte y mi padre podía ayudarle animando a amigos a comprarle algo; Arturo Souto se lo agradeció pero no tenía tiempo de organizar ninguna exposición ya que tenía decidida su partida hacia México. Mi padre, entonces, le ofreció la posibilidad de organizarle un encuentro en su propia casa. Y así se hizo. Arturo Souto llevó varios cuadros, le compraron tres (entre otros, uno se lo compró Caíto) y el resto quedaron en mi casa (en la de mis padres quiero decir). Souto se fue a México como tenía previsto y ya no volvió, porque moría de infarto en la ciudad azteca. Pasaron unos meses y de los cuadros que habían quedado en mi casa sin vender nadie sabía nada. Pero, como no podía ser de otra manera, mis padres se pusieron en contacto con una sobrina para que viniera a recogerlos. Hoy podía haber en mi casa varios cuadros de Souto, que se cotiza muy bien, pero no habría anécdota que contar, o esta misma anécdota de honradez y amistad. ¡Joder, qué grandes personas!
- Sección: Noticias
- Publicado el 19 abril 2020
- Por Moncho
Anécdota de este cuadro de Arturo Souto
Comparte esta noticia:
Facebook
Twitter
LinkedIn
WhatsApp
Email
Imprimir