Bueno, pues me envía el enlace de este artículo un buen amigo de elcercano y por ello lo reproduzco a pesar de que yo estimo a este señor contra quien tiran, al igual que otros más que aparecen en el texto a continuación. Puede ser incluso motivo de un buen debate la discusión sobre los distintos puntos de vista que puede concitar el de Ignacio Sánchez-cuenca y ‘LA DESFACHATEZ INTELECTUAL’. Ahí va pues el artículo en cuestión:
Se diría que rajar contra la clase política cuando te ponen la Medalla de la Comunidad de Madrid, delante pues de ministros y autoridades, te convierte en un intelectual insobornable, en la gran voz crítica de tu generación, en el heterodoxo que grita lo que otros callan. Pues eso es lo que ha hecho esta semana Arturo Pérez-Reverte… y no era la primera vez. Por la boca digital de don Arturo han salido exabruptos como: “Si Aznar era un arrogante y Zapatero un imbécil, Rajoy es un sinvergüenza”. ¿Su delito? Culpables de la crisis por no haber atajado el “derroche autonómico” y un “sistema clientelar de 20.000 asesores políticos y compadres” que “asfixia a España”.
Ocurre que uno rasca un poco sobre el discurso intelectual de Arturo Pérez-Reverte y llega justo a la conclusión contraria: he aquí un intelectual ‘mainstream’ e inofensivo a más no poder. A ver si nos vamos enterando: insultar a un político español a estas alturas de la crisis, 234 millones de insultos después, es un ritual tan folclórico y tan vaciado de significado crítico que más que un pensador ingobernable Pérez-Reverte parece un entrañable minino de angora. El gran ‘macho man’ de las letras españolas disparando, ¡ay!, con balas de fogueo.
Más que un intelectual ingobernable Pérez-Reverte parece un entrañable minino de angora
Pérez Reverte, de hecho, es un pionero del género libeloso más exitoso de nuestra era, el linchamiento a políticos, pues ya en 2009 “anticipó la ola de demagogia antipolítica”, en palabras de Ignacio Sánchez-Cuenca, en un artículo titulado ‘Esa gentuza’:
“Diputados, nada menos. Sin tener, algunos, el bachillerato. Ni haber trabajado en su vida. Desconociendo lo que es madrugar para fichar a las nueve de la mañana, o buscar curro fuera de la protección del partido político al que se afiliaron sabiamente desde jovencitos. Sin miedo a la cola del paro. Sin escrúpulos y sin vergüenza. Y en cada ocasión, cuando me cruzo con ese desfile insultante, con ese espectáculo de prepotencia absurda, experimento un intenso desagrado; un malestar íntimo, hecho de indignación y desprecio. No es un acto reflexivo, como digo. Sólo visceral. Desprovisto de razón. Un estallido de cólera interior. Las ganas de acercarme a cualquiera de ellos y ciscarme en su puta madre”, escribió un sulfurado don Arturo en el remoto 2009. No se creerán cómo bautizó Reverte entonces a los diputados españoles: “la casta”. ¡Glups!
Los que todo lo saben
¿A que los improperios de Reverte suenan muy radicales? Pues siento decirles que son tan previsibles que resultan entrañables…
El profesor Ignacio Sánchez-Cuenca ha analizado en un ensayo –‘La desfachatez intelectual’– las carencias intelectuales de los escritores mediáticos y sabelotodos. Argumenta que el rol como opinadores de los escritores es mayor en España que en otras culturas, como la anglosajona, donde se recurre más a académicos o expertos. “Así como en los años 80 y aún en la década siguiente el debate sobre la política se realizaba en términos muy superficiales y literarios, con grandes dosis de subjetivismo, hoy contamos con numerosos expertos deseosos de participar en dicho debate aportando argumentos que tienen más base que la pura ocurrencia. Los escritores consolidados, no obstante, continúan opinando sobre política sin haber hecho un mínimo esfuerzo por aprender”.
Sánchez-Cuenca sitúa los orígenes de este fenómeno en la generación del 98, cuya sombra moralista e individualista sigue siendo alargada. “Ante la incapacidad para pensar en términos políticos sobre la solución a los problemas económicos y sociales del país, el escritor no ve otra solución que una transformación íntima de la persona: la reforma de la nación empieza por uno mismo. En la práctica, esto supone que el escritor acabe proponiéndose como ejemplo inspirador para la ciudadanía. Se trata del intelectual insobornable que se enfrenta al Estado, que repudia a los politicastros y a quien asquea la mediocridad de la vida parlamentaria”.
Javier Marías piensa que España es un país definitivamente idiota
¿El problema de España? La falta de moral de sus políticos y la burricie de sus ciudadanos. Sánchez-Cuenca pone los siguientes ejemplos de este tipo de visiones: “El moralismo del escritor se construye sobre la desesperación que siente ante su país y sus conciudadanos, que viven aborregados e imposibilitan con sus actitudes y vicios el progreso de la nación. Surge aquí una dialéctica de amor-odio con España que está presente desde hace ya más de un siglo… Ortega afirma en una carta que ‘los españoles han sido siempre una raza simiesca’. En 2015, Javier Marías nos dice que España es un país ‘adanista e idiota’: ‘A veces tengo la sensación de que este es un país definitivamente idiota’, escribe Marías”. Resumiendo: a Marías, a Reverte y a sus primos del 98, les duele España.
Un fenómeno, el del perverso legado intelectual del 98, que Javier Varela analizó en otro libro –‘La novela de España: los intelectuales y el problema español’: “Ocupados en la tarea de la creación literaria, obsesionados en la invención de su personalidad, el intelectual español llevó hacia la política los valores estéticos; tendió a confundir su privadísima moral -heroica, sublime- con la moral pública”. Sí, recuerda mucho a esos tediosos (e involuntariamente cómicos) artículos desde los que Javier Marías, Félix de Azúa y Arturo Pérez-Reverte nos abroncan semanalmente por no estar a la altura, ni nosotros ni nuestros políticos, de sus estándares estéticos y morales. Y es que, así, no hay quien regenere un país…
Marías, Azúa y Reverte nos riñen por no estar a la altura, ni nosotros ni nuestros políticos, de sus estándares estéticos y morales
“Un individualismo radical es la única salida que concibo para las tribulaciones que se avecinan. Eso es, para mí, la política en su sentido más honesto: la que cada cual lleva a cabo desde su responsabilidad, con imaginación e iniciativa para impedir los atropellos del poder”, escribe Félix de Azúa en una tribuna. Comentario de Sánchez-Cuenca a sus palabras: “No puedo imaginar una confesión más descarnada que esta sobre la confusión entre política y moral individual, una impotencia acusada para entender las soluciones políticas ‘a las tribulaciones que se avecinan’. Ante la dificultad de abordar los problemas del presente, el intelectual prefiere cultivar su personalidad y constituirse en referente o ejemplo para los demás”.
“Surge así el figurón, el intelectual famoso y reconocido, que en las entrevistas afirma que ya solo le gusta releer a los clásicos y que se siente desengañado por el presente, siempre muy por debajo de sus expectativas”, zanja Sánchez-Cuenca.
¿Crisis económica? No, gracias
Pese a lo cretinos que somos todos en comparación con estos prohombres de las letras, Marías, Reverte y Azúa, en un gesto de generosidad por su parte, están dispuestos a darnos una última oportunidad… a casi todos, como explica Sánchez-Cuenca. “Si el pueblo español, pese a todas sus deficiencias, conserva siempre una posibilidad de redención a través de una reforma de las actitudes que rescate ese poso de gallardía que queda en el poso de su espíritu, la clase política no tiene arreglo ninguno”.
Pero, claro, una cosa es llamar “sinvergüenza” al presidente del Gobierno y otra bien diferente dar una explicación coherente sobre la crisis económica o sobre la galopante desigualdad. Y es aquí donde estos intelectuales han empezado a perder influencia entre las nuevas generaciones. Su falta de talento para analizar los contextos y conflictos sociales quedó en evidencia tras resurgir la cuestión social (enterrada varios años por la cuestión nacional) al calor de la crisis financiera y el 15-M.
A nuestros intelectuales mediáticos les saca de quicio que Cataluña amenace la autonomía de España, y han escrito toneladas de artículos denunciando esta situación, pero que España haya perdido la autonomía para decidir cómo y en qué se gasta los Presupuestos Generales del Estado, en favor de Bruselas y de una doctrina económica sectaria, o bien les parece un asunto menor, o bien no tienen ni la más remota idea del asunto, o bien ambos.
El caso es que escriben poco sobre las causas y efectos de la crisis económica en la UE, y cuando lo hacen recurren a las típicas salidas localistas: la culpa de todos nuestros males es del loco gasto autonómico (y tan loco: como que con ese dinero se pagan los colegios y los hospitales de todo dios), de la falta de moral pública y de la cretinez de nuestros políticos, pintorescos argumentos nacionales para explicar una crisis internacional que afecta con parecida intensidad a diversos países. ¿Y sobre que Bruselas imponga a España recortes drásticos en servicios públicos básicos? ¿Nada que decir? No saben, no contestan, o carece de la más mínima importancia. Porque lo realmente importante para estos paladines de la pluma y de la moral es que somos retrasados por no leer a los clásicos, que España se desmorona por no hacerles caso y que Ada Colau tiene más pinta de pescadera que de alcaldesa… ¿Son o no son unos locos maravillosos?
Por mis santos cataplines
La otra característica típica del reverterismo es algo tan español como el ‘por mis cojones’. “Tengo razón porque se me han hinchado los huevines, y si no te gusta, te meto una hostia que te avío”, viene a decir Don Arturo cada dos por tres, en uno de los característicos arranques de sofisticación intelectual del, ejem, académico de la Lengua.
Toda esta prosa tronitronante, cargada de testosterona, de espíritu viril y faltón, es un reflejo perfecto de machismo discursivo
Sánchez Cuenca analiza igualmente el “matonismo verbal” de escritores como Reverte y Azúa: “Toda esta prosa tronitronante, cargada de testosterona, de espíritu viril y faltón, es un reflejo perfecto de la retórica latina que con tanta agudeza analizó Diego Gambetta en su ensayo sobre lo que llama la cultura del “¡claro!”, término con el que se refiere al “machismo discursivo”. El punto de partida de la cultura del “¡claro!” es la expresión de una opinión tajante y contundente, rotunda, que no deje resquicio a la duda. Por ejemplo, que los políticos son todos unos lerdos y unos zascandiles. Quien comienza así un debate ya tiene mucho ganado. A ver quién se atreve a negarlo”.
El escritor que mejor ha parodiado el exceso de testosterona de don Arturo es Rafael Reig. En su libro ‘Visto para sentencia’ (2008), recopilación de sus columnas literarias en ‘El Cultural’, Reig se despachaba así:
“Me entero de que más de la mitad de los alumnos en un examen de selectividad ‘fueron incapaces de comprender una columna de Arturo Pérez-Reverte’. Enhorabuena a esos estudiantes: yo les habría puesto un sobresaliente. La profesora que corrigió los exámenes ha dicho: ‘No me explico cómo han sacado el título de bachiller’. ¿No? Pues yo sí. Porque saben leer. He leído la columna de Pérez y yo tampoco he entendido nada. Dice mucho “gilipollas”, dice “pavos” y “pavas”, “bebedero de patos” y cosas así: viriles. Esenciales. Celtibéricas. Tan nuestras. Su estilo literario apenas de distingue del de un legionario borracho en la barra de un bar. Al leerlo se percibe que, entre párrafo y párrafo, el autor se rasca los testículos con delectación y fanfarronería. A veces eructa. A veces reclama otra copa de Soberano a gritos. ¡Cagüendiós, pon otra, Hermógenes! ¡Que si no, me lío a hostias! A Pérez no le tose nadie. Ya se lo habíamos oído: yo cagué sangre en Eritrea, los disparos silbaban sobre mi cabeza, pero era cuestión de cojones, soy el novio de la muerte, hay que tener redaños, etc”.
Entre párrafo y párrafo, Pérez se rasca los testícuos con delectación y fanfarronería
Pero si hay algo que encoleriza a don Arturo… es el hombre blandengue. Tuit de Reverte tras el atentado yihadista en Bélgica: “Los yihadistas deben estar acojonados por las florecitas, las velitas y nuestro enérgico todos somos Bruselas. Y hasta la próxima”. Tuit tras el atentado de París: “¿Y si los centenares de la discoteca se hubieran abalanzado sobre los del kalashnikov?”. Y otro: “¿Imaginan cuánto duraría un terrorista europeo con un arma en una mezquitkaláshnikova siria a la hora de la oración. Ni a recargar, le daría tiempo”. ¡Guau!
De hecho, EEUU, la OTAN y la ONU se están planteando dejar en manos de Super Arturo la solución final al problema del ISIS. El operativo militar sería el siguiente: Pérez se arrojaría en paracaídas sobre territorio ISIS en modo lobo solitario, y en menos de 24 horas, degollaría a cuchillo a toda su dirigencia (y al millar de esbirros que se interpondrán en su camino). Si es que, a veces nos complicamos la vida tontamente, cuando las soluciones están a mano y son sencillas: no hay más que esperar a que se le hinchen las pelotillas a don Arturo, pintarle entonces la cara de betún y darle un machete… y los fundamentalistas islámicos huirán como gallinitas.
En efecto, el dilema político de Pérez-Reverte es parecido al que se enfrentó John Rambo en la selva vietnamita en ‘Rambo 2’: los guionistas convirtieron de pronto al melenudo veterano de guerra antisistema que vimos en la primera parte -‘Acorralado’- en un matón al que le dolía EEUU: la guerra de Vietnam se perdió por culpa de los corruptos burócratas de Washington, de tecnócratas y politicastros que nunca habían pisado un campo de batalla, así que aquí estoy yo, armado hasta los dientes, para enseñarle a los ‘charlies’ lo que es un hombre de verdad. O sea: Pensamiento reaccionario disfrazado de regeneración moral. ¡Que no pare la fiesta de la regeneración española, por favor!
1 comentario en “Perro ladrador, poco mordedor. El bluf intelectual de Arturo Pérez-Reverte (Carlos Prieto en EL CONFIDENCIAL)”
Aunque concuerde en muchas cosas con el artículo, es ciertamente arriesgado incluir en la caterva a Félix de Azúa que hizo unas declaraciones desafortunadas con respecto a Ada Colau pero tiene ensayos y artículos de enorme mérito.