El discurso del 30 de julio de 1931 ante las Cortes Constituyentes con el que Ortega perdió, según sus propias palabras, la “virginidad parlamentaria”, quedó en la memoria política por aquellas “tres cosas que no podemos venir a hacer aquí”. A saber: “Ni el payaso, ni el tenor, ni el jabalí”. A la vista del percal que lucen hoy los grandes ayuntamientos, la enumeración sigue vigente.
Nadie recuerda en cambio las advertencias que precedieron a esa frase celebrada y aplaudida: “Nada de divagaciones ni de tratar frívolamente problemas que sólo una labor de técnica difícil puede aclarar; sobre todo, nada de estultos e inútiles vocingleos, violencias en el lenguaje o en el ademán”.
El estilo es el carácter, vino a decirnos Ortega. Ténganlo muy en cuenta Carmena o Colau. Por eso lo que prendió y se extendió como un reguero de pólvora fue su denuncia de quienes utilizaban la tribuna de las Cortes para “hacer el jabalí”. Todos entendieron que se refería a los diputados del grupo radical socialista que esgrimían la demagogia agresiva, y a menudo el zafio insulto, como santo y seña.
Su portaestandarte era el ministro de Justicia Álvaro de Albornoz que enarbolaba lemas como “no más abrazos de Vergara, no más pactos del Pardo… si creen que pueden hacer la guerra civil, que la hagan” para justificar la disolución de la Compañía de Jesús, la supresión del presupuesto de Culto y Clero y demás medidas contra la Iglesia.
Cuando ya en el 31 se produjeron los incendios de los templos, su coequipier el Director General de Seguridad Ángel Galarza describió lo sucedido como un “espléndido empuje de sana protesta popular”. La nueva alcaldesa de Madrid ha quedado por tanto lejos de ese baremo, al tildar sólo de “acción feminista” la profanación de la capilla, liderada por su ahora portavoz Rita Maestre al grito de “arderéis como en el 36″. Es cierto que la tea no llegó a prender esta vez en el altar.
En el grupo de los “jabalíes” figuraban también individuos como Samblancat y Barriobero que habrían de hacerse tristemente célebres por su papel en la organización de los Tribunales Populares de Barcelona; el aviador Ramón Franco que tras asegurar que su hermano era capaz de “asesinar a nuestra madre”, se adhirió a su sublevación; el primer diputado comunista Balbontín o el extravagante Pérez Madrigal que pasó sucesivamente del radicalismo revolucionario al lerrouxismo, la CEDA y el carlismo más integrista.
El estilo es el carácter, vino a decirnos Ortega. Ténganlo muy en cuenta Carmena o Colau. Por eso lo que prendió y se extendió como un reguero de pólvora fue su denuncia de quienes utilizaban la tribuna de las Cortes para “hacer el jabalí”
“El jabalí es el cerdo salvaje, blindado contra las asperezas del bosque, carente de razón pero dotado de espléndidos colmillos”, escribió en 1933 Domingo de Arrese. Pero a los propios aludidos les gustaba la analogía. En una de sus crónicas El Caballero Audaz habla de “esa manada incivil de jabalíes, como gustan llamarse a sí mismos los radicales socialistas”.
“Voy al Parlamento a hacer el jabalí”, habría dicho uno de ellos al salir de Barcelona. “Voy al Ayuntamiento a hacer el jabalí”, sería la versión actualizada. Cuando quiso acusar de tibieza a algunos de sus compañeros de viaje, Balbontín llegó a tacharles de “jabalíes de cartón piedra, jabalíes de pega”. No en vano el principal semanario humorístico de la derecha, Gracia y Justicia, publicaba por entregas el Diccionario del Perfecto Jabalí.
Según Ossorio y Gallardo era una denominación “familiar y amistosa”, que hoy cuadra con el talante de todos esos miembros de las candidaturas de unidad popular y demás mareas que han entrado en los ayuntamientos con la retahíla de sus latas de ominosos tuíts, delatoramente enganchada a su carroza de recién casados con “el pueblo”.
Hemos aprendido y olvidado sus nombres superpuestos, pero tenemos todavía en lo alto del ranking al concejal que hacía chistes con las cenizas de los judíos de Auschwitz y las niñas asesinadas en Alcasser como fuente de “recambios” para las piernas de esa otra niña nuestra que para todos será siempre Irene Villa. Le siguen el concejal que quería probar a ver qué pasaba “torturando y matando” a Gallardón, como si se tratara de un coleóptero ensartado en un cruel alfiler adolescente; y el concejal que proponía “empalar” a Toni Cantó, según el ritual fálico de la isla rousseauniana del señor de las moscas; y el concejal que lamentaba, “joder, que no exista el GRAPO para darles su merecido a estos fascistas”; y el concejal que proponía “machacar a la derecha hasta en sus casas, como supo hacer el movimiento vasco”; y la proyecto de concejala “feminazi” que lamentaba que Botín no hubiera sido ahorcado en la “lanterne” de la Plaza de la Villa; y la concejala que vitoreó a los asesinos de Terra Lliure; y el concejal con la palabra “odio” tatuada en la nudillera de acero, lista para romper mandíbulas; y la concejala a la que cada vez que suena el himno nacional le da una bajada de tensión, vulgo jamacuco, y sueña con huesos y cunetas. Para qué seguir.
Ilustración: Javier Muñoz
¡Qué divertido es el humor negro! ¡Ni un paso atrás, camaradas! ¡Qué siga la conga de los ediles moñas (perdón, quise decir maños)! ¡Qué todo el año sea carnaval en Cádiz! ¡Saquemos en procesión a San Fermín Salvochea, hermano lego de la orden de Koprotkin, patrono de la divina anarquía, e inspirador del Kichi, antes de que se nos caiga de nuevo de la cama! ¡Qué los amigos de los asesinos de Tomás Caballero ocupen el asiento municipal de Tomás Caballero para que no quede el equívoco! ¡Esta es la nuestra! ¡Sí se puede, sí se puede! Así claman, encendidos, los aleves turiferarios del desquite social y las ajadas cheerleaders de la revancha política que emergen en los medios bajo la máscara de periodistas, mientras dos personajes oscuros se frotan las manos asomados en el antepalco.
Es curioso que de los tres epítetos de Ortega ni el de “tenor”, ni el de “payaso”, cundieran como el de “jabalí”. En el primer caso por sobreabundancia de oradores con ínfulas castelarinas; en el segundo porque aquello dejó enseguida de tener gracia. Las “palabras como puños” -feliz título de una obra colectiva sobre la “intransigencia política” en la Segunda República- se transformaron enseguida en puños contra las palabras. Galarza propuso en las Cortes que “el derecho al voto no lo tenga más que una clase, la clase trabajadora, intelectual o manual, y que el parásito, hombre o mujer, no tenga derecho a intervenir en la legislación del país”. Albornoz insistió en el Ateneo en que “las guerras civiles son necesarias para el crecimiento de los pueblos”. La derecha golpista y una parte significativa del Ejército pensaban lo mismo.
Ochenta años después sólo hemos pasado aún de las palabras a los tuits. Las palabras se las lleva el viento y los tuits se pueden borrar de cien en cien, como ha hecho la propia Carmena para dar ejemplo al equipo municipal. Pero ha bastado una semana de ayuntamientos podemitas para sentar dos axiomas inquietantes que están originando entre las clases medias el mismo “grand peur” de las semanas iniciáticas de la Revolución Francesa.
El primero implica que es lícito complementar la labor institucional con la coacción al adversario desde la calle o las tribunas. Lo que le pasó a Villacís cuando la amenazaron con la guillotina, al teniente general insultado en la toma de posesión de Colau o a los cargos del PP a los que impidieron acceder al recinto en Zaragoza está ya torrencialmente relatado en El Primer Naufragio.
El segundo axioma es el restablecimiento de la ley del embudo: tan ancho como para que estar imputada por un delito contra la libertad de culto, como le ocurre a Rita Maestre, sea una medalla al activismo social que realza al cargo público; y estar imputada por adjudicar 1.800 euros al mes a una empresa de internet con múltiples clientes privados, como le ocurre a Lucía Figar, convierta a una política honrada en una corrupta que debe ser extirpada de la vida pública. A partir de ahora no hay imputados, sino imputados e imputados, y son Carmena e Iglesias quienes trazan el círculo de tiza caucasiano.
El otro “tenor” que sonríe taimado junto al líder de Podemos es Rajoy. Son socios en esta huida hacia adelante de la bipolarización extrema de España. El “grand peur” alimenta su “in fear we trust” y pronto lo reflejarán los sondeos. Hasta la derecha liberal ha denunciado en portada esa estrategia del miedo. Todo funciona de acuerdo con unas previsiones egoístas, basadas en la destrucción del poder territorial del PP y el castigo en trasero ajeno de las traiciones, corrupciones y mentiras propias.
Cada uno añadía deudas personales a la factura, pero a fin de cuentas Fabra ha pagado por la subida de impuestos, Luisa Fernanda por la contrarreforma del Poder Judicial, María Dolores de las Mentiras por el respaldo a la zapateril Ley del Aborto, Pedro Sanz por las excarcelaciones de etarras, Monago por la caja B de Génova, Rita por los sobresueldos y Esperanza por los SMS de apoyo a Bárcenas que en cualquier democracia habrían acabado fulminantemente con el remitente y aquí sirvieron para acuchillar al cartero.
El otro “tenor” que sonríe taimado junto al líder de Podemos es Rajoy. Son socios en esta huida hacia adelante de la bipolarización extrema de España. El “grand peur” alimenta su “in fear we trust” y pronto lo reflejarán los sondeos.
Cada montón de escombros, cada concejal boskimano, cada payaso y sobre todo cada jabalí es ahora un poste repetidor del mensaje único del marianismo atrincherado: o yo o el diluvio de la mugre. Sin asumir ninguna responsabilidad, sin cambiar un ápice, sin comprometerse a nada. Le ayudan sus comisarios políticos en los medios, grandes responsables de la putrefacción del centroderecha y de la destrucción del legado de esa transición que tanto invocan.
Produce vergüenza ver mancillado un indomable recinto tipográfico que fue escenario de batallas memorables con la tesis lacayuna de la “reinvención” del Estafermo. Total porque Hernández y Floriández van a ser reemplazados por los tres simpáticos sobrinos del Pato Donald: Jorgito, Pablito y Andreíta. Pero parece, ¡ay!, que el que habla como un pato, anda como un pato y miente como un pato, ha dejado de ser un pato, después de tantos años de zoología aplicada. Yo no soy Rodrigo Caro pero “del gimnasio y las termas regaladas, vuelan (ya) cenizas desdichadas”.
“¿Se imaginan un PP con un candidato a la presidencia elegido democráticamente, joven, profesional y limpio?”, se preguntaba en Twitter mi colega Angel Vico, uno de los 5.624 accionistas de El Español convocados a la histórica Junta General del próximo sábado. Yo tengo ese sueño. Cayetana Álvarez de Toledo también. Incluso, al parecer, parte de los directivos de ABC; y desde luego millones de españoles con ellos. Pero puesto que el sueño tendrá que esperar, añadamos otra pregunta a la ecuación: ¿Se imaginan un PSOE que a la menor jabalinada o payasería recupere la centralidad, impulsando mociones de censura en aquellos ayuntamientos en los que imperen los “inútiles vocingleos” o no digamos las “violencias en el lenguaje o en el ademán?”. A ver si lo dice hoy Sánchez.