Al verme entrar por la puerta, Alí desconfía. “¿Esto lo va a leer el gobierno?”, me pregunta cuando le digo que soy periodista.
Alí lleva tres años trabajando en E1, un café restaurante situado a pocos minutos de la estación de metro de Whitechapel. El café, junto con sus dos sucursales en Bangladés, es propiedad de un pariente de Alí. Pero es él quien se ocupa casi siempre del negocio familiar.
“A veces estoy seis meses aquí y seis meses en Bangladesh”, me dice. Ahora lleva siete meses seguidos en este distrito del municipio londinense de Tower Hamlets cuya fama reside en ser el barrio donde cometió muchos de sus crímenes Jack El Destripador.
De los residentes de Tower Hamlets, el 34.5% son musulmanes. La mayoría proceden de Bangladés.
Musulmanes como Alí podrían decidir el resultado de 23 circunscripciones en las elecciones que se celebran este jueves en el Reino Unido. Así lo indican las cifras del Consejo Musulmán del Reino Unido, que advierten que la abstención de los musulmanes ha sido siempre más alta que la del resto de la población. Según datos de Ipsos Mori, el 53% de los musulmanes británicos no votó en las elecciones generales de 2010. Esta vez nadie sabe cuántos irán a las urnas.
Entre Londres y Bangladés
E1 es un café pequeño y un poco oscuro. Se nota que le faltan un par de ventanas. Pero el buen humor de quien lo regenta le da un aire tranquilo y acogedor. Alí es el cocinero pero a menudo se ocupa de servir el café. Abre a las nueve y media de la mañana y echa el cierre a las diez de la noche. Los domingos descansa. “El jefe no tiene dinero para contratar a alguien más y a mí no me importa ayudarle”, explica. “Somos una comunidad muy unida”.
De la población bangladesí en el Reino Unido, alrededor del 40% reside en esta zona del este de Londres. Los primeros inmigrantes vinieron a Londres en el siglo XVII. Pero la mayoría llegó aquí después de 1971, cuando se creó el estado de Bangladés.
Los inmigrantes de ese país son una de las minorías más desfavorecidas del Reino Unido. Según el Race Relations Institute, tres de cada cuatro niños de siete años de ese origen vivían en 2010 por debajo del umbral de la pobreza y en uno de cada cuatro hogares no había una sola persona que tuviera empleo.
“Aquí la situación es difícil”, dice Alí. “A los políticos les damos igual. Somos clase trabajadora y una minoría”.
Alí no es el único que se siente distanciado de la clase política. El 29% de los musulmanes que se abstuvieron en 2010 lo hicieron “por desinterés” o “porque no le veían sentido”.
Es un problema que quiere solucionar MEND, una organización musulmana cuyo objetivo es fomentar la participación musulmana en la política. A principios de año, sus líderes llevaron a cabo una investigación cuyo objetivo era averiguar cuáles eran los asuntos que más preocupan al electorado islámico. El estudio culminó con la creación de un Muslim Manifesto: una especie de programa con las principales demandas de este sector de la población.
“Descubrimos que los asuntos que más preocupan a los musulmanes son la creciente islamofobia, los derechos humanos, la falta del trabajo, las medidas antiterroristas y la política exterior del Gobierno inglés”, explica Azad Alí, uno de los líderes de MEND durante una entrevista que tiene lugar en las oficinas de la organización.
Un nido extremista
Algunas voces desconfían del mensaje de MEND. Este artículo del Telegraph dice que la organización es “una fachada para que individuos con opiniones extremistas obtengan influencia política” y acusa a Azad Alí de ser un “extremista” islámico. “La gente que dice estas cosas es la misma que está intentando aislar a la comunidad musulmana con el fin de evitar su participación en la política de Reino Unido”, dice el responsable de la organización.
“Los medios representan a los musulmanes de una forma muy negativa y eso contribuye a la islamofobia”, dice Azad Alí. “En 2010 se descubrió que unos extremistas estaban preparando un atentado contra el Papa y ciertos medios publicaron portadas con titulares proclamando ‘Musulmanes planean matar al Papa’. Nunca hubiesen escrito una portada como ésa sobre ninguna otra religión. Lo que único que ha logrado la legislación antiterrorista del Gobierno es contribuir a este ambiente de desconfianza y hostilidad”.
No es la primera vez que surge la polémica al hilo de la legislación antiterrorista. La estrategia Prevent, introducida por primera vez después de los ataques del 11 de septiembre, recibió fuertes críticas de académicos, periodistas y defensores de derechos humanos. La Comisión de Igualdad y Derechos Humanos publicó un informe en 2011 criticando el impacto que esas medidas tenían sobre la comunidad. Muchos jóvenes musulmanes sólo tenían contacto con la policía cuando les paraban por la calle o en el aeropuerto para una inspección.
“Claro que me han parado en el aeropuerto”, dice uno de los clientes de Alí que prefiere no decir su nombre. “Me detuvieron sin darme ninguna razón. Me preguntaron cuántas horas rezaba y me dijeron si iba a la mezquita y si era musulmán”.
En febrero de este año, el Gobierno británico aprobó una nueva legislación antiterrorista cuyo objetivo es “combatir la amenaza del Estado Islámico (…) en el Reino Unido”, según palabras de la ministra Theresa May.
May afirmó en noviembre que se habían descubierto unos 40 complots terroristas desde los ataques del 7 de julio de 2005 y justificó las nuevas medidas diciendo que más de 500 británicos se habían enrolado en las filas yihadistas en Siria e Irak.
Espías en las aulas
Entre los puntos más polémicos de la legislación está la obligación de que colegios, universidades, mezquitas y hospitales colaboren con las autoridades para prevenir el radicalismo. Más de 520 profesores de universidad han firmado una carta protestando contra lo que consideran una amenaza a la libertad de cátedra.
“El Gobierno envía cartas a nuestras mezquitas y les pide que denuncien al Estado Islámico”, me dice el cliente del café de Alí que admite haber sido detenido en el aeropuerto. “Nadie mandó cartas a ninguna iglesia cuando el loco cristiano mató a toda aquella gente en Noruega. A los musulmanes nos tratan como a una comunidad sospechosa”. Le pregunto si se siente discriminado en su día a día y dice que no con la cabeza: “Aquí somos casi todos musulmanes. Somos una comunidad”.
Un piso y una escuela
Al preguntarles por sus problemas, los clientes de Alí no mencionan la islamofobia ni la legislación antiterrorista. Tampoco la política exterior del Gobierno británico.
“Esos son asuntos globales”, dice el responsable del café. “Yo tengo cuatro hijos y vivo en una vivienda social que tiene dos habitaciones. Mi hija tiene 16 años y se está preparando el examen final de la Educación Secundaria. ¿Cómo va a sacar la nota necesaria cuando no tiene una habitación donde estudiar? Mi vida matrimonial se está viviendo abajo por la falta de espacio. Voy al dormitorio y hay cuatro personas. Voy al baño y hay cuatro personas. Se supone que tu casa es tu hogar y tu palacio. ¿Cómo se puede vivir así?”.
La vivienda es un problema que afecta a la mayoría de los musulmanes de este barrio. Según datos del Consejo Musulmán del Reino Unido, quienes vienen de Bangladés son los más proclives a ocupar viviendas sociales. En Tower Hamlets estas viviendas se adjudican según los ingresos y las necesidades de cada familia.
Es un asunto que también preocupa a Farzana, la profesora de inglés que se sienta ahora en el café. “Muchos de mis amigos tienen problemas con la vivienda”, dice. “Presentan solicitudes para obtener una vivienda social pero hay una lista de espera muy larga y ahora mismo no tienen donde vivir. Necesitamos que el Gobierno construya más casas”.
Muchos vecinos tienen otro problema: sus casas están demasiado lejos del colegio de sus hijos. “Ahora mismo las listas de espera para meter a un niño en un colegio de esta zona son de dos o tres años”, dice Ahmed. “Mi hermano viaja durante horas para llevar a sus hijos al colegio y luego tiene que ir a trabajar. Después tiene que ir a recogerlos y casi no duerme por las noches. Cientos de familias tienen el mismo problema”.
Sin empleo ni ayudas
La vivienda no es el único problema de los clientes del café de Alí. A Farzana le preocupan también los recortes sociales. “Cameron ha eliminado muchos empleos y ha reducido los gastos de la Sanidad pública. ¿Y de dónde sacan el dinero? De los inmigrantes. Desde abril quienes vengan a Reino Unido durante más de seis meses tendrán que pagar una tasa sanitaria de 200 libras al año”.
A Usman Alí, que trabaja en una ONG musulmana, le preocupa la educación. “Hasta hace cuatro años los jóvenes que venían de familias pobres podían pedir una ayuda para seguir estudiando. El Gobierno conservador eliminó en 2011 esa ayuda, que usaban el 80% de los jóvenes de Bangladés. También subió las tasas universitarias hasta las 9.000 libras. Una cantidad inalcanzable para muchos de los jóvenes del barrio”.
Mohamed, que estudia en la universidad, está de acuerdo: las nuevas tasas tienen un efecto negativo sobre la comunidad. “Muchos musulmanes no quien pedir un préstamo con intereses por razones religiosas”, explica. “Tengo amigos que se niegan a pedir ese préstamo y no van a la universidad”.
“¿Ves lo que te digo?”, dice Alí mientras sirve a sus clientes. “No tengo tiempo para discutir sobre leyes antiterroristas o sobre política exterior. Quienes mueren en Irak o en Palestina me dan pena y lo siento por ellos. Pero ya tengo suficiente estrés. Nosotros somos personas normales y hablamos sobre lo que está pasando aquí”.
Dos hijos más
Le pregunto al responsable del café por quién votará este jueves y no lo tiene claro. “Me gusta el plan de vivienda que propone David Cameron”, sugiere. Este programa permitiría a quienes residen en viviendas sociales comprar su piso a un precio más bajo. Ese descuento en Londres rozaría las 100.000 libras. “Con este programa podría llegar a comprarme mi propia casa”, dice Alí ilusionado. “Pero no sé. No me fío”.
A Farzana, en cambio, le atrae el partido laborista. “Me gustan sus propuestas sobre educación y Sanidad. También han prometido construir más casas”. Lo que no le gusta es su líder Ed Miliband. “Tiene una cara rara”, dice entre risas. “No se parece mucho a un líder”.
Quienes desayunan en el café comparten las mismas aspiraciones del resto del electorado británico: una vivienda digna, una buena Sanidad y una educación para sus hijos. Quieren una vida mejor para ellos y para sus familias.
Alí me enseña orgulloso la foto de su mujer y de sus cuatro hijos: tres niñas y un niño de apenas seis años. “Mi hija mayor quiere ser profesora, mi otra hija quiere ser médico”, explica. “Los pequeños aún no lo saben”.
Y sin embargo le preocupa el futuro: “El Gobierno no construye suficientes viviendas sociales con cuatro habitaciones. Sólo hacen pisos con dos o tres”. A Alí le gustaría tener más niños y no le queda sitio. “¡Cuatro hijos son pocos!”, me dice entre risas. “¡Quiero tener al menos seis!”.