Normalmente trabajo, ocio y residencia son actividades que desarrollamos en lugares diferentes. Goffman llamaba Instituciones Totales a una serie de lugares como conventos, cuarteles, hospitales o cárceles en los que estas actividades ocurrían dentro de un único espacio. El resultado de este modo de vida cuando es prolongado suele ser el empobrecimiento de la vida que se reduce a la sucesión pautada de dinastías de rutinas. El mundo exterior se difumina, desaparece y con él los intereses, el deseo de cambio, la posibilidad de ir más allá de los gestos cotidianos.
Hay mujeres (también hombres) “Totales” que se proponen en las relaciones de pareja como siendo “todo” para el otro: esposa, amante, querida, cortesana, compañera de trabajo… toda actividad se hace en ella, con ella y para ella. Kundera reconocía esta situación cuando en “La insoportable levedad del ser” narra los intentos de Tomás para resistir esta seducción “totalitaria”. Hacer el amor con una mujer y dormir con ella son pasiones distintas, decía. Para vitarlo escapaba en la madrugada de las casas de sus amantes a la suya con las disculpas más inverosímiles. Por eso, cuando durmió con Teresa supo que estaba perdido, que estaba ante una mujer que lo “era todo para él”.
Con mujeres u hombres de este talante se ganan y se pierden cosas. Los seres de estas tipologías como las instituciones de igual nombre, pueden y suelen serlo, cárceles, hospitales o conventos y como ellas ofrecen cobijo, cura, castigo o aislamiento. Mucho de la vida sin embargo, con sus azares, sus imprevistos, sus desastres pero también con sus placeres o sus pasiones queda fuera.
Los modos arquetípicos en que las mujeres acostumbran a relacionarse amorosamente con los hombres pueden ser designados con las figuras de Esposa, Querida, Amante y Cortesana. La esposa “se tiene”; la querida “se sostiene”; a la amante se le quiere; a la cortesana se le paga. Las cuatro figuras son “lugares” que sostienen fines y funciones diferentes.
Hasta en épocas históricas recientes la esposa estaba excluida de lo “amoroso” y buscar esposa era un trato entre familias de predominio comercial. En los casos favorables establece el lugar de la residencia y la descendencia. En los menos afortunados el del odio o el del tedio, que es la variable doméstica del odio atenuado por la costumbre. La querida es una esposa aunque ilegítima, la “otra” que como decía la canción de la Piquer a “nada tiene derecho”, más que a ser mantenida. La amante es el lugar de la pasión y toda esposa ocupa en algún momento este lugar de modo casi siempre provisional. La cortesana es el lugar de las bajas pasiones compradas, no conquistadas, o el de la satisfacción urgente del deseo.
Las gentes prudentes en los asuntos amorosos han procurado siempre mantener separados algunos de estos lugares, huir de la fusión de funciones en un solo objeto. Esta desmesura totalitaria posee los mismos riesgos y provoca los mismos resultados que los que inducen las Instituciones totales. El taburete equilibrado mantiene 3 ó 4 patas bien separadas. No hay taburetes de 1 ó 2 que se sostenga.
Creo que era Lola Flores quien decía que el matrimonio era la tumba del amor. Afirmación tal vez exagerada, pero no inexacta, pues es sabido que la convivencia erosiona el deseo que precisa por su fragilidad de pausas y separaciones. Lo disponible permanentemente no es añorado ni anhelado de ahí que el corte, la distancia, la ausencia, sean requisitos para la pasión. Es por eso que si la relación con la amante aparece como “apasionada”, desprovista de tráfago comercial o administrativo, es por la intermitencia de los encuentros, por la inexistencia de una convivencia diaria y repetida. El deseo es pulsatil, fervoroso, pero delicado. Una vibración poco sostenida que necesita de obstáculos para mantenerse, pero siempre con mesura pues si lo administrativo está excluido en esta relación hay otros peligros presentes. El obstáculo invencible lleva a los imposibles amantes a buscar la unión definitiva en la muerte. Es el fin de los Romeos y Julietas. El otro borde, el del placer sin pausa, mantenido casi artificialmente, puede también ser mortal. El “Imperio de los sentidos” era muestra de cómo el desmedido, la pasión sin pausa ni entreactos, conduce a la muerte. Mostraba lo mismo otra película, “La gran Bouffe” para la voracidad gastronómica.
La satisfacción total es tan mortal como la abstinencia absoluta y oscilamos siempre entre la tentación del goce perpetuo y la continencia radical, entre la mística y la ascética, la posesión desenfrenada y la quietud ante los ojos del deseo.
No es infrecuente observar un comportamiento peculiar entre recién separados más llamativo entre mujeres. Sus reacciones suelen ser los primeros tiempos moverse entre dos polos: o a la separación sucede un tiempo de búsqueda y promiscuidad al que acompaña un sentimiento de liberación que suele estabilizarse al cabo de un año, o bien se encierran en una mojigatería ofendida, en una exhibición de inocencia, presuntuosa que las lleva en ocasiones hasta las fronteras del beatería más rancia. Son conductas de ruptura que 25 darse entre matrimonios tradicionales en los que el 2Eres todo para mí” era el compromiso implícito y explícito fundamental. Tal afirmación exige el “sé todo para mí”, es decir, se todo aquello a lo que renuncio por ti (otra vida, otras gentes, otros lugares…) tarea imposible siempre insatisfactoria que aclara en parte el por qué son estos matrimonios por otra parte los que rompen con más frecuencia.
Es paradójicamente por la existencia de “otras relaciones” por lo que muchos matrimonios se sostienen (también se separan, es cierto) dándole tardíamente la razón a Nietzsche que un tanto misógino como es conocido, afirmaba que el matrimonio había corrompido el concubinato y lo decía con la nostalgia de alguien que percibía que el amor está siempre amenazado por esa continuidad administrativa que ofrece el matrimonio. Al final toda relación amorosa es siempre vacilante: la relación matrimonial es (o suele ser) tediosa; la mantenida con la amante, insostenible; con la querida una simple duplicación; con la cortesana insatisfactoria.
Todo hace resaltar las dificultades de los movimientos del deseo. Cuando el tedio nos domina (y lo hace siempre si la relación es lo bastante prolongada) aparecen el odio, las vacaciones, el psicoanalista o el amante. Algunos hombres confrontados a esta situación suponen que se han equivocado de mujer y que en alguna parte está la “mujer ideal “que los “colmaría”. Otros perciben que la mujer ideal no está en parte alguna y que la insatisfacción no se debe a las “imperfecciones” de quien les ha tocado en suerte sino a la “relación” a la que obliga el matrimonio. Los primeros se separan y se casan repetidamente en su búsqueda del ideal. Los segundos se “arreglan” con enamoramientos ocasionales en los que intentan recuperar el entusiasmo que sintieron alguna vez por quien es su esposa. Hay también los “felices” cuyo matrimonio discurre al parecer permanentemente “apasionado” al margen de sobresaltos, pero se conocen los riesgos de tales emparejamientos: “la infidelidad más atroz es la que se ha cometido” dicen Bruckner y Finkielkraut.
Toda elección es sin embargo errónea. Siempre habrá un malestar y deberemos elegir entre el tedio confortable y abrigado del “compañero total” o los imprevistos y riesgos del azar, entre el “totalitarismo” que pretende ofrecerlo todo y la repartición de funciones que a veces se queda en nada.
Nada más perverso que los matrimonios en los que “nunca pasa nada” si eso es posible, pues por confortable y ejemplar que parezca una relación matrimonial siempre hay un resto pasional que reclama su satisfacción o su imposible ahogamiento definitivo.
Era eso lo que hacía decir a Wilde: “no hay nada como el cariño de una mujer casada. Es algo de lo que sus maridos no tienen la menor idea”.