Yo no sé como recitaba Homero pero puedo imaginar que convocaba a su alrededor gentes que lo escuchaban religiosamente que es, creo yo, como debe ser oído un poema, siempre que entendamos, religiosamente, como una hierofanía, como la presencia de algo trascendente que se manifiesta en la voz que recita … aunque no sepamos con certeza lo que así se nos revela.
Mucho de lo que hoy pasa por poesía carece de ese poder evocador. A veces, se trata de juegos de palabras de sentidos imprecisos, otras de significados impenetrables opacos para el lector o el oyente, que pueden guardar un misterio o ser voces vacías. No es el caso de Rilke, ni de Holderlin, a los que Oroza aprecia, ni es el de Oroza que tiene ese don que invoca y evoca.
Ocurre que nadie sabe muy bien lo que es un poema. Umberto Eco, confrontado con esa pregunta, contestó, que se trata de poesía cuando se cambia de renglón antes de llegar al extremo de la página y de prosa cuando el texto llega hasta ese extremo, respuesta tan cierta como tramposa que, olvida además, que la poesía se hace para ser recitada y la voz puede tener pausas y énfasis pero no renglones.
Puede que no supiera definirla, pero sabía reconocerla cuando la leía o la escuchaba.
En tiempos pasados, antes de ser publicados en libros, algo a lo que Oroza siempre fue reticente, hubo versos nómadas de Oroza que recorrieron el país, ajenos e indiferentes a fronteras de lenguas y geografías. A veces apropiados indebidamente por teloneros ambiciosos, siempre tuvieron dueño conocido y bastaba que el amo legítimo los recitara para devolverles su aura y restablecer su propiedad sin necesidad de notarios interpuestos. Me resisto a repetirlos aquí, en presencia de su dueño porque, es Oroza quien lo dice, es esta, una poesía para ser escuchada y de eso no hay dudas, nadie mejor que Oroza para decirla.
Cuando el san Antonio de Flaubert, ejercía de asceta en los desiertos de Egipto, se le apareció la reina de Saba, sobre un elefante blanco rodeada de su corte. Al tentar al asceta ofreciéndole los placeres más inefables, le dijo: je ne suis pas une femme, je suis un monde. La vida de Oroza, a su manera, es y ha sido, también ascética, no como san Antonio, sus tentaciones fueron otras y a su modo, también épica. Todas las tardes paseo mi derrota por las calles de Vigo; alguna vez me paro en la orilla y espero algún barco… Conozco a gentes del arte y la literatura que cambiarían sin dudar sus triunfos por una derrota como esta o por ser capaz de decir, de crear, natural y sin rencor, una frase como esta.
Oroza inventa palabras cuando es necesario y viene al caso, pero nunca de modo caprichoso. No sé que, o quien es el Évame que hoy nos convoca, pero como la reina de Saba, es más que una palabra, más que un libro: es un mundo. Un nombre, no de una mujer, sino de la primera mujer, y con ella, un llévame, un elévame. ¿Se habló alguna vez de la mujer con esa reverencia, con esa fascinación que esa palabra-mundo hace nacer?
Oroza cree en las musas y en los dioses antiguos que viven en la naturaleza tal vez porque como Holderlin, fue educado por el murmullo armonioso del bosque:
“La muchedumbre prefiere lo que se cotiza
Las almas serviles sólo respetan lo violento
Únicamente creen en lo divino
Aquellos que también lo son”
(Holderlin)
No sé como recitaba Homero pero Carlos Oroza, como el griego, tiene los dioses y las musas de su parte.