Los del “68”, leíamos revistas como “Triunfo”, frecuentábamos cafés y tascas populares o “enxebres” para hablar o “conspirar”. Mostrábamos cierto desprecio militante hacia las formas y ropas lo que paradójicamente no podía traducirse, más que en el uso ostentativo de ropas y formas “despreciables” como las de la ropa barata o paramilitar: las panas populares o como decía Oroza (quejándose por supuesto), las bragas de arpillera. Además rechazábamos el dinero y a los adinerados suponiendo no sin presunción, que el futuro y la revolución estaban a la vuelta de la esquina y que por supuesto, eran nuestros.
Era en fin, el predominio de las ideas sobre las apariencias, del monje sobre el hábito.
La “movida” no ha supuesto ninguna revolución ni en sus usos ni en sus abusos. No ha pretendido nunca el “cambio” (que ha substituido por la rotación perpetua de locales de moda), ni ha generado la substitución de ningún paradigma ético e incluso estético. Sus seguidores leen (aunque esta afirmación sea aventurada en el post-Gutemberg) revistas como “La Luna”, “Madrid me Mata” o nuestras equivalentes autonómicas. Frecuentan Pubs y Discotecas en lugar de los viejos cafés y tascas y cuando acuden a estos últimos acostumbran a modelarlos según sus costumbres volviéndolos irreconocibles.
Su gusto por el dinero, los ricos y los triunfadores no importa en qué, es sobradamente conocido y algunos de sus representantes no tienen empacho alguno en confesarlo.
Según Imbert, la “movida” cosiste en una estrategia de las formas, de las apariencias, basada en el “Look”. Sería primacía del “parecer” frente al “ser”, o si queremos decirlo en términos del refranero, del hábito sobre el monje. Es decir: la comunicación formal y visual en lugar de la verbal e ideológica; el verse y aparentar sobre el ser y el escucharse.
Si en el 68 acudíamos a los cafés a hablar y hablar, los de la movida acuden a sus efímeros santuarios para “verse”, de ahí que puedan soportar sin molestias esa música siempre excesiva y estridente que delimita con precesión sus lugares de peregrinación y que hace imposible el desarrollo de cualquier conversación. Luces y flashes ayudan en esta tarea produciendo efectos y apariencias insólitas al tiempo que dificultan la visión “real”.
Por su parte, la “Jet”, esa especie de movida hortera acreativa y parásita, tampoco habla. Las crónicas de sus reuniones son simples enumeraciones, listados de los que asistieron y no asistieron. El éxito o fracaso de sus convocatorias se mide en “presencias” y “ausencias”. Ni por asomo en opiniones o ideas no importa acerca de qué, cosas, que cuando son imprudentemente solicitadas revelan en las respuestas la banalidad y trivialidad más absoluta. El predominio abrumador de las fotografías en “sus revistas” y la venta de “acontecimientos” (que son siempre acontecimientos fotografiables) es en este sentido, ilustrativo.
Movida y Jet no se mueven… se desplazan. De local en local, de concierto en concierto los primeros. De “reserva” en reserva los segundos. Como de Miguel recuerda, el ocio era antes sedentario, ligado a la propiedad de la tierra. Solo viajaban los peregrinos, frailes, aventureros, etc… Ahora, el ocio se traduce en disposición de tiempo no en dominio sobre el espacio, y en el viaje. Pero es fácil observar, como los desplazamientos conducen a lugares idénticos sin que tan siquiera el “polvo del camino” los haya cubierto.
Expertos en apariencias e imagen como son, la Movida impone su presencia en los medios de comunicación, lo que la hace apetecible para ciertos especímenes políticos. Lo trágico para estos que quieren engancharse a ella, tardía y aprovechadamente, es que ésta utiliza como dice Imbert, “objetos emblemáticos en los que el sujeto reconoce más que se conoce” y esos objetos exigen una fisiología joven, una apariencia corporal que es incomprable por muchos estiramientos, trasplantes o culturismos que se le echen encima.
Mientras el Look del 68 eran ideas y éstas podían llevarse puestas con dignidad en cualquier edad, ciertas ropas, ornamentos, emblemas y comportamientos que caracterizan a la movida no pueden ser exhibidos impunemente desde otra generación sin sumergirse en el ridículo.
El Sr. Guerra al parecer, ha prohibido a sus fieles frecuentar a la Jet este verano. Que tal advertencia haya tenido que efectuarse habla bien poco a favor de la resistencia a la seducción que oponen sus fieles a estos animadores a sueldo del gran capital. Que los que nos gobiernan dejen coronar a sus mujeres de “Lady no se qué”, no deja de ser preocupante y da que pensar sobre lo que pueda estar ocurriendo en campos más importantes.
Y que no se piense que hay tanta diferencia entre ambos grupos movientes, que las hay, pero las semejanzas son destacables. El alcalde gallego que no hace mucho, ha organizado unas estridentes jornadas de confraternización entre las movidas viguesa y madrileña, debería saber, que “estar con la movida”, no significa “estar en la movida”, la distinción que Tierno siempre supo mantener desde la permanente modernidad de su actitud ante la vida y la gente, sin renunciar a su traje de confección clásica.
Movida y postmodernidad no son el mismo asunto. Los del 68 se reconocían en lo que decían; los del 86 y sus compañeros de viaje pretenden ser reconocidos por lo que visten. Su idea del progreso no es ya la realización de determinados ideales sociales sino la del remozamiento estético. La movida no tiene ideas ni ideales; tiene ambiciones y formas. No es clandestina, no subversiva, ni recelosa del poder sino conservadora y adicta a todo lo que sea publicidad, poder y popularidad.
Como generación están en su derecho a inaugurar caminos y nada que objetar aunque si criticar. Pero hay modos tal vez más honorables para los de 68 de seguir en la brecha, de mantener el tipo sin hacer el ridículo. Rubert de Ventós ha definido con precisión la actitud postmoderna que ha seguido a la constatación de que el “cambio” no es para mañana y de que estamos limitados y coartados: antes, teníamos ilusiones; ahora las mantenemos pero ya no somos ilusos. La ilusión, aún sin ser ilusos, es algo que permanece al futuro. La movida es presente, puro presente sin horizonte. Nuestra misión generacional (si existe algo parecido a una misión generacional, cosa muy dudosa), es mantener esa pretensión de cambio a pesar de todo, porque como decía Nazin Hikmet: “ser cautivo no es la cuestión… la cuestión es no rendirse”.
Y no lo olvidemos nunca: no todo “movimiento” es hacia adelante… ¿o ya lo hemos olvidado?
Octubre de 1986