Desde hace semanas periódicos y emisoras de radio y televisión recogen las incitaciones de los sindicatos y partidos de la oposición a tomar la calle para protestar por una situación a la que curiosamente ellos mismos han contribuido de manera determinante. Bien… Hablemos de “ocupaciones”.
Las formas de “ocupación “de la calle varían según los tiempos y según quien ejerza el poder. Las instituciones religiosas tienen sus edificios propios, las iglesias, su especial tipo de discurso, la predicación, su modo especial de ocupar la calle, la procesión y su énfasis callejero en sus letanías. El ejército, cuarteles, arengas, desfiles y órdenes. Los partidos políticos sedes, mitines, manifestaciones y consignas. Podemos saber en que tipo de sociedad vivimos observando y cuantificando estos diferentes modos de ocupación de las calles y sus edificios y discursos acompañantes. Sin duda, el desfile y la procesión representan al poder y a la jerarquía que salen de sus espacios reservados y bajan a las calles para que las gentes del común recuerden y no olviden donde está el poder. En la Alemania nazi, en la antigua URSS, sólo los desfiles recorrían las calles como en la Corea del Norte de hoy. En España, en los tiempos de la última dictadura, hubo otras, había desfiles y procesiones que señalaban con precisión que las bases del régimen eran militares y religiosas pero las manifestaciones, salvo las plebiscitarias del propio régimen en ocasiones especiales, estaban prohibidas. En una sociedad en la que predominen los desfiles y las procesiones lo harán también sus obligados acompañantes así que en la España franquista, arengas, órdenes, predicaciones, letanías, cuarteles e iglesias formaban parte habitual de la vida cotidiana. Hoy han desaparecido numerosos cuarteles, cerrado muchas iglesias, y con ellas se fueron apagando en la vida social, las arengas, órdenes y predicaciones. El espacio social así abandonado lo ocupan ahora sindicalistas y políticos con sus manifestaciones, mitines y consignas que han perdido su pureza al apropiarse de rasgos que antes definían a las procesiones y desfiles ahora en proceso de extinción. No hace mucho las manifestaciones eran sencillas. Llevaban en su cabeza una simple pancarta sostenida por los organizadores a los que seguían los manifestantes y poco más. Ahora son cientos las banderas y estandartes, los tambores o las gaitas, (militarización), incluso en algunas ocasiones, hay “guerrilleros” ocultos bajo pasamontañas que atacan al enemigo (bancos, comercios, contenedores,), cortan el tráfico o queman neumáticos. Hay letanías, en las que alguien con un megáfono grita una consigna que es contestada por el grupo (procesionalización), y el mitin final está evolucionando rápidamente hacia una arenga de tipo militar. La voz femenina que desde los altavoces de un automóvil con carteles de CC.OO que recorre Ourense en estos días llamando con la habitual cursilería a “todos y a todas” a la huelga general del 29, en su tono crispado y tajante, recuerda más a las órdenes militares que a las consignas de partido o a la animación de la ciudadanía vacilante.
En su actual voracidad totalitaria, estas manifestaciones de izquierda, (a la derecha no le gusta la calle) se han apropiado incluso de componentes de una forma de ocupación que históricamente negaba y desafiaba a todas las anteriores pero que tampoco ha resistido bien a los intentos de militarización: el carnaval. El carnaval no tiene espacio definido, ni recinto, ni acata órdenes, ni proclama consignas. Es un tiempo de mundo al revés, una crítica y ataque a las instituciones a las que busca ridiculizar. En Ourense el antroido mantiene todavía estos rasgos del antiguo carnaval pero en todas partes se le han añadido un apéndice que nunca tuvo: el desfile, copia de ese carnaval degradado que es el de mayor fama mundial, el janeirista. Ahora es frecuente por no decir obligado, ver en las manifestaciones gente con caretas, con zancos, con trajes rayados de presidiarios, disfrazados de banqueros vampiros, o de no importa que otro personaje o entidad a la que se supone responsable del mal que la manifestación quiere denunciar..Al lado de estas formas de ocupación móviles hay asentamientos, ocupaciones prolongadas y estáticas. Si los desfiles, procesiones y manifestaciones tenían algo de exhibicionistas e intimidatorios, los asentamientos son formas de defensa y resistencia pasiva, el “voy” frente al “me quedo”.
Formalmente, al margen de sus razones y sus legítimos derechos, que por fortuna nadie discute, esta voracidad de las manifestaciones de hoy en día, con su sincretismo de desfile, procesión, y carnaval, puede, sólo puede, ser un signo precoz de una vocación totalitaria en la que ideas “religiosas” laicas, organizadas militarmente, exhibidas procesionalmente, escenificadas carnavalescamente ocupen todo el espacio social. No creo que sea esa su pretensión pero convendría que los dirigentes prestasen atención a las formas, no sólo a los contenidos y reflexionaran sobre ello.