Se había quedado sola. El había sido generoso en el reparto pero se había marchado. No tenía hijos, tampoco demasiadas amigas en aquella ciudad en la que siempre se había sentido extraña y sin ningún familiar cercano. Estaba sola…
Como otras en su caso, intentó las soluciones habituales: la cena de separados de los miércoles; el café a media mañana con las amigas; el gimnasio, el Bingo de la tarde.
Era todavía atractiva y la proximidad aún lejana de la cuarentena no se hacía notar demasiado. Con todo, estaba sola…y eso le pesaba.
La idea se le ocurrió viendo una de esas series televisivas americanas un domingo por la tarde. Buscó en la guía telefónica y a máquina escribió la carta que metió en un sobre adjuntando un cheque y una fotografía suya. Firmó con la inicial de su nombre y el apellido de su ex marido: ‘Agencia de Detectives García’. ‘Ruego controlen todas las tardes los desplazamientos de la señora de la adjunto fotografía. Sale de mi domicilio todos los días a las 4,30 de la tarde. Infórmeme semanalmente por escrito a las señas que añado. Adjunto cheque. Attm. F. Martínez’.
Notó su presencia a los dos días. Era un hombre de mediana estatura que la seguía con no demasiada discreción (quizás en provincias la total discreción era imposible). Ella saltaba del café al cine y de vez en cuando se metía en algún edificio de apartamentos donde había también oficinas para preguntar no importa qué cosa. Semanalmente recibía un informe detallado. Ver su vida contada por otro la confortaba aunque no se engañaba sobre el origen y precio de esas notas llenas de una cotidianidad banal y repetida. Al menos –se decía- hay alguien preocupado por mi vida, aunque anhelaba unas informaciones más íntimas, las de alguien que se interesase y entrometiese en su vida más cercanamente. Pagar o no pagar por ello, ya no le parecía tan horrible. Había descubierto que si hay algo más horroroso que la intrusión en la vida íntima que se soporta en una ciudad pequeña, es el horror de no tener siquiera algún entrometido.
El hombre no era desagradable y con el paso de los días lo fue encontrando atractivo. Se sentía protegida y acompañada a distancia y de alguna manera eso bastaba para que los días se hicieran menos tediosos.
Lo observaba desde lejos detrás de ese novelesco periódico que las historias de serie negra han hecho casi obligado para estos profesionales. Incuso creyó notar cierto interés no profesional hacia ella en las miradas que de vez en cuando asomaban por encima de las páginas deportivas. Animada por este descubrimiento decidió a las dos semanas dar un paso adelante. Escribió de nuevo a la Agencia adjuntando un cheque de mayor entidad con la petición de que intentara hacer amistad con ella para controlarla más ‘íntimamente’ (subrayó ‘íntimamente’). Ellan procuró facilitar las cosas; un bolso que cae, un hombre amable que se acerca…
Fue suficiente e intimaron con rapidez. Ella por compañía. El por ejercer un oficio del que se sentía orgulloso y que le exigía obtener la información más completa posible o tal vez por algo más que presentía pero aún no podía aceptar. Los dos, por curiosidad.
No fue demasiado rápido. Tampoco lento. A ciertas edades las cosas exigen ritmos no desmesurados. El caso, es que ‘intimaron’.
Ella seguí recibiendo con puntualidad los informes semanales que con precisión informaban que se veía con un hombre desconocido cuya descripción coincidía punto por punto con la del detective. Semana a semana los informes se hacían más cercanos, más ‘íntimos’. Los últimos añadían: ‘ella parece feliz; él también’.
Estos últimos informes terminaron de convencerla. Faltaba un último paso y lo dio con decisión. La carta que escribió en esta ocasión solicitaba que le fueran entregados los informes personalmente en su domicilio.
Esperó nerviosa el día y hora indicados. Aunque nunca bebía se sirvió un licor. Aunque nunca se maquillaba lo hizo con cuidado. Apenas fumaba pero encendió varios cigarrillos seguidos. Saltó al sonar el timbre de la puerta. Vaciló antes de abrir pero lo hizo con firmeza. El la miró con sorpresa…venía dispuesto a hablar de ‘hombre a hombre’ con el marido, explicarle todo y devolverle los cheques. Había pasado horas eligiendo las palabras adecuadas, el tono que suponía correcto. No fue necesario… En algunas ocasiones los hombres son iluminados por intuiciones cuya procedencia ignoran pero que les otorgan en un breve instante la sabiduría total de una situación, de unos motivos o de una biografía.
Lo comprendió y lo perdonó todo en un instante no exento de ternura:
-‘El Sr. F. Martínez, supongo…’, dijo. Y se abrazaron bajo el marco de la puerta.
Noviembre de 1986, en Imarginaciones