Sábado, 15 agosto 2020
El jefe de gabinete del presidente Rajoy, Jorge Moragas, le dijo a Josep Rius, jefe de gabinete del presidente Puigdemont: “Lo habéis hecho, habéis hecho un referéndum”…
(Un antes y un después) Cuatro días después de que la fuerza legítima del Estado impidiera el referéndum de autodeterminación, el jefe de gabinete del presidente Rajoy, Jorge Moragas, le dijo a Josep Rius, jefe de gabinete del presidente Puigdemont: “Lo habéis hecho, habéis hecho un referéndum. Y aunque no sois suficientes para declarar la independencia, lo cierto es que hay un antes y un después”. Rius corrió, tan contento, a darle la buena nueva a su jefe. Puigdemont tampoco tardaría mucho en compartirla con Xevi Xirgo, el autor de Me explico, este imprescindible cuaderno de naufragio que acabé de leer el viernes: “Si Moragas dice que hay un antes y un después es que lo han entendido”. Hace tres semanas aparecieron en los periódicos extractos del libro y este párrafo figuraba en casi todos ellos. Incluso para la alucinada política española me pareció tan sorprendente que quise preguntarle a Mariano Rajoy. Pero no pasé de su antigua jefa de prensa, Carmen Martínez Castro: “Créeme que no tiene la menor importancia. En aquella movida Moragas no tocó bola”, me contestó coloquialmente.
Sin embargo el libro de Puigdemont traía más noticias sobre el papel de Moragas de las que adelantaron los periódicos. Por ejemplo: “El presidente no se quita de la cabeza lo que Moragas le dijo ayer a Rius: ‘Si el jefe del gabinete de Rajoy ha reconocido que hay un antes y un después del 1 de octubre es que lo hace con autorización. Esa debería ser la vía adecuada'”. Otra llamativa novedad es que los dos jefes de gabinete decidieron abrirse cuentas en Gmail para intercambiar información. Hasta que conocí ese detalle yo pensaba que solo una de las dos partes ignoraba lo que es un Estado. La cuenta de correo empezó su actividad submarina de inmediato: “Rius sigue hablando con Moragas. El jefe de gabinete de Rajoy vuelve a reconocer que después del 1 de octubre todo ha cambiado. En un momento dado, le llama desde La Moncloa para Decirle:
-Oye, voy a pasarte una propuesta, a ver qué te parece.
-¿Una propuesta?
-Sí, es un papel que no hemos escrito nosotros pero que nos parece que puede venir bien y que te envío para ver qué os parece”.
La propuesta, que no lleva ningún timbre oficial, incluye el reconocimiento de que el día 1 se celebró un referéndum, la creación de una comisión parlamentaria en Cataluña -que examine la violencia de ese día y haga llegar al Congreso de los Diputados una propuesta política- y el cese de la intervención financiera de la Generalidad.
Ni a él ni a Rius les cabe duda de que es un inicio de negociación”.
Hasta tal punto no le cupo ninguna duda que el documento y la favorable disposición de Moragas fueron clave en el primero de los dos gestos decisivos que hizo Puigdemont aquel octubre. Si suspendió la República a los 8 segundos de haberla declarado fue porque creyó que Rajoy se avendría a negociar a partir del hecho consumado de la separación de Cataluña de España. La hipótesis fue siempre interpretada por las personas cabales como una patología producto del “echo chamber” (el libro no menciona la manifestación constitucionalista del 8 de octubre: es posible que ni se enteraran) en el que vivieron durante años los dirigentes nacionalistas. Sin embargo, el prófugo trae la noticia inesperada de que por esa cámara de sicofonías también pasó el jefe de gabinete de Rajoy, una de las personas de su máxima confianza durante muchos años. Y de confianza específicamente catalana, que Rajoy solo compartió con el polifacético Jorge Fernández Díaz.
De modo que escribí a Moragas: “Estoy leyendo el libro de Puigdemont y voy a publicar el domingo la historia de tu propuesta de negociación. Quizá sería interesante que habláramos cuando puedas sobre el asunto”. Me respondió al cabo de poco, con cierto desenfado: “He leído los pasajes de su libro a los que te refieres y la verdad me gustaría probar la droga que se suministra. Su jefe de gabinete, con el que yo hablaba regularmente, cierto, en esos días no paraba de darme la lata buscando señales para no sé qué acuerdo y componendas imposibles. Yo nunca les di ninguna señal para ahondar en nada, solo les dije que no a todo, que ya sabían lo que debían hacer y que se olvidasen de que les diésemos garantías por escrito como pretendían. Siguieron llamándome y yo ya no contesté. El 155 estaba en marcha y no había ya ninguna opción. Arcadi, se bebieron el entendimiento y esto último es fruto del miedo al abismo que sintieron a esas alturas”. Valía la pena que tanta contundencia se concretase en algún ejemplo y le hice dos preguntas: “¿O sea que no abristeis conjuntamente un Gmail?”. “¿Ni existió ese documento para la negociación?”.
Moragas no contestó.
(El cobarde) El 27 de octubre, poco antes de que el Parlamento votara la independencia, el diputado Sergio Santamaría, del Partido Popular, pasó por delante del escaño de Puigdemont y le llamó cobarde. El libro, que oculta el nombre del diputado bajo franja negra, habla de una agresión, “un fuerte golpe en la espalda”, énfasis violento que Santamaría niega. Pero sí admite que le llamó cobarde, “perfecto cobarde”, exactamente. La razón que da el diputado es que había suspendido la República poco después de proclamarla, aunque eso había sucedido en un pleno anterior. A mi juicio ésa no es la razón de la cobardía. Tampoco la de haber huido traicionando a sus compañeros, como han instado tantas veces los periódicos: uno de los muchos méritos de este libro es acabar convincentemente con esa leyenda. La cobardía de Puigdemont es la de no haber convocado elecciones en octubre de 2017. Había llegado a la conclusión de que era la mejor decisión posible, pero al final optó por proclamar la independencia, es decir, por la suspensión de la autonomía, el exilio y la cárcel. Su cobardía fue la de no plantar cara a todos aquellos que empezaron a llamarle traidor, una vez se conoció su preferencia por las elecciones. Pero también la de dejarse amilanar por su pasado. Hace tiempo leí que una periodista, pareja de Puigdemont en la juventud, decía que en aquella lejana época él ya vivía como si Cataluña fuera independiente. Es comprensible que teniendo la oportunidad de cuadrar la pasión interna con la realidad objetiva, Puigdemont no tuviera el valor de resistirse.
Desde Fargo sabemos que la cobardía está entre las principales fuentes de desdicha de este mundo.
(Castell) Proclamada la independencia, el gobierno de la Generalidad celebra una reunión de urgencia. Las páginas que la describen son un grotesco monumento imperecedero a la estupidez y a la irresponsabilidad política de los nacionalistas. Han proclamado la independencia, pero están celebrando las pompas fúnebres del autogobierno. Puramente acojonados. Sobre lo que más discuten es cómo ponerse a salvo cuando la policía llame a la puerta. Dice el libro: “Hace días, el estado mayor diseñó la denominada operación Castell [Castillo] pensada para hacerse fuertes en el Palau [de la Generalidad] y resistir. En ella se preveía cómo cerrar las calles adyacentes al Palau, cómo movilizar a la sociedad civil y cómo resistir hasta que hubiera algún reconocimiento de la República catalana. Nadie reclama que se active”.
Sería un exceso pedirle a Puigdemont que reconociera lo obvio, de lo que él mismo da frecuente cuenta explícita o no en su libro: nadie reclamó que se activara, porque nadie habría salido a defender la República en la calle.