Estamos sufriendo un golpe a las libertades como nunca antes se había vivido en una democracia. Nunca antes. En ninguna democracia, insisto. El pueblo español ha respondido con una entereza que supera la responsabilidad demostrada por el Gobierno. Siempre he dicho que los políticos de la nueva hornada van detrás de la gente, y así ha sido. En altura, en capacidad de respuesta, en eficacia y eficiencia. Pero no voy a criticar la impericia del Gobierno, ya lo he hecho. Ni mucho menos su desafecto por la verdad: decir que España ha sido el primer país de Europa que ha actuado en esta crisis, cuando es mentira, o sacar pecho de su gestión cuando somos el segundo país en número de muertos por millón de habitantes (a sabiendas de que en Bélgica, el primero, se contabilizan no solo los fallecidos diagnosticados por coronavirus sino también los sospechosos).
Los datos son tan escalofriantes que hasta resulta paradójico escuchar que alguien pueda defender este modo de hacer las cosas. Ha sido lamentable. Pero hasta ayer mismo yo confiaba en el sentido común. Confiaba hasta que escuché al jefe del Estado Mayor de la Guardia Civil decir, literalmente, que pretendían minimizar el clima contrario a la gestión de la crisis por parte del Gobierno. Algo sin precedentes en la historia democrática de un país avanzado. Marlaska, el ministro del Interior, cree que fue un lapsus. Yo no creo nada. Y he luchado contra mi incredulidad. Contra tantos que advierten del mal camino: la censura. La realidad es esta: primero se filtraban las preguntas de los periodistas, después vino Tezanos y su CIS (es suyo, no nuestro, aunque lo paguemos nosotros) preguntando tendenciosamente por qué información se debe permitir y cuál no, y ahora un alto cargo profiriendo una frase de esta envergadura.
Cuando escribo esta columna, PP y Cs exigen la comparecencia del jefe del Instituto Armado y del ministro del Interior. No es para menos. La gravedad de esta frase, «minimizar ese clima contrario a la gestión de crisis por parte del Gobierno», es absoluta. Eso no sucede en ninguna democracia. Cuesta trabajo creer que en medio de la tragedia tengamos que levantar la voz para defender, sin concesiones, la libertad de expresión. Equivocándonos, errando, desacertando, pero nada más sagrado en una democracia que la opinión: porque la democracia es el poder de la opinión. La congoja me atribula. El miedo. ¿Imaginan ustedes que esta frase fuese proferida bajo un gobierno que no fuese este gobierno? Estoy seguro de que los españoles gritaríamos con la misma voz. Porque no podemos permitir la censura. Tampoco que nos tapen los ojos y los oídos, por mucho que ayer a las 19.00 horas. la Guardia Civil saliese a desmentir lo que dijo su jefe del Estado Mayor: lo que vimos y oímos. España no duda de la Guardia Civil. ¿Y del Gobierno? Son demasiadas casualidades en poco tiempo.
Defendamos la libertad de expresión. En ello también nos va la vida.