No se esperaba la llegada de ningún megalómano calvo y torvo ni de personaje alguno con lentes de Quevedo ni tampoco del zoológico de la sonrisa.
Así que, a las siete y media de la tarde de un viernes de diciembre, diez años después, me introduje en unos pantalones de Inditex y me pinté las pestañas. Me dirigí al Cercano en Cardenal Quevedo y, al llegar, saludé a diestra y siniestra, a diestra a un señor que habla mucho y a otro que habla poco y a siniestra a una señora que habla poco y a otra que habla mucho.
Llegué, a base de codazos, hasta el anfitrión, que estaba exultante con una sonrisa observable desde Sagarmatha, besaba, abrazaba y se quejaba de la falta de puntualidad que fue desapareciendo como la lluvia de esa tarde.
Llegaban los amigos, los cercanos que se habían vestido para la ocasión, bueno algunos como el artista invitado al que no pude preguntarle donde se había comprado sus pantalones ceñidos con adornos de swaroski que, en mi cuerpo serrano, seguro que lucirían mejor que los humildes inditexis que me había enfundado.
Concretando, que las mujeres nos vamos por la tangente, el showman o perdón el hombre del espectáculo hizo que la croqueta voladora fuese olvidada por un público entregado a su simpatía y atractivo
No me puedo olvidar en esta crónica, prometida y a vuela pluma, de cómo el público aplaudió largamente al anfitrión, al coronel y al abogado-artista por sus palabras llenas de cariño, verdad y entusiasmo.
Y así transcurrieron unas horas en las que, para ser sincera y con unas cuantas copas de vino a bordo, eso sí, en su justa temperatura, con sabor a moras silvestres de barranco y digno de un 98 de la guía Parker, se ve todo a la luz de la siempre benéfica, leal, fiel y valerosa ciudad olívica que se reflejan en los ojos de la anfitriona a la que se agarró el anfitrión para dar una lección de baile que ni el mismísimo Fred Astaire.
También estaban las chicas del mindfulness, divisadas cuando iba a la caza de una jarra de vino, y observé, ya con la vista medio nublada, a un amigo a una Tablet pegado, a un señor que veranea en Porto de Son y habla mucho, a un conocido charcutero que fue proveedor del anfitrión y nos obsequiaba con magníficos embutidos cuando El Cercano era lugar de encuentro matutino, a pintores de naturalezas vivas, a físicos nucleares, a poetas, a amigos, a arquitectos, a empresarios, a jubilados, a funcionarios, a pandillas de viernes noche y a periodistas también, pero, aunque parezca mentira, no vi ningún periodisto.
Pido perdón por si me olvida citar alguna peripecia más pero, como todo está bien si no se hace en exceso, este cormorán o cormorama escrutó las aguas del cercano y tiene todavía mucha vida.