Artículo publicado en El Correo Gallego el 13 de mayo de 2018
LOS FILÓSOFOS GRIEGOS siempre se preguntaron si lo que vemos y aquello de lo que hablamos es algo real o solo una apariencia y una máscara tras la que se esconde la realidad. La mayoría llegaron a la conclusión de que lo que percibimos no es más que un fantasma. En griego la palabra fantasma significa aquello que se nos presenta ante nuestros sentidos. Tales pensó que la única realidad era el agua y que todo lo que llamamos el mundo no son más que sus transformaciones; otros filósofos pensaron que la única realidad era el aire, el infinito o el número. Hasta que Platón, el gran creador de la filosofía occidental, que por cierto creía que el único conocimiento perfecto era la geometría, llegó a la conclusión de que el mundo no es más que una apariencia, un fantasma y que lo que nosotros vemos en él no son más que las sombras de las cosas.
IMAGINÓ PLATÓN el mito de la caverna para explicar qué podemos saber. En esta historia unos prisioneros estarían en una caverna, atados con cadenas a una pared. En la parte superior de la caverna habría unas ventanas por las que entraría la luz del sol, y por la calle transitarían otras personas que llevarían unas figuras que serían algo así como los esquemas de las ideas o las cosas reales. Los prisioneros verían solo la sombra de esas figuras en la pared y como nunca en su vida habrían podido ver otra cosa pensarían que eso era la realidad. Dice Platón que si saliesen a la calle y viesen las cosas como son, quedarían cegados por la luz del sol, y por eso concluye que el verdadero conocimiento de la realidad no es posible en este mundo ni en esta vida, sino solo en el mundo de las ideas, del que provienen nuestras almas y al que están destinadas a retornar.
EN EL MUNDO DE la información global estamos como los presos de la caverna, porque el lenguaje, las imágenes, son controlados por los medios de información y no nos permiten acceder a la realidad. Pero aún quedan vías posibles de liberación. Platón definió a la filosofía como una “preparación para la muerte”, porque el filósofo, básicamente un matemático, debía esforzarse mediante el estudio y la práctica de una forma de vida, la vida intelectual, en separar las apariencias de la realidad para llegar a entender cómo son las cosas. Nuestro camino de la liberación no es la ascesis preparatoria de la muerte, sino la búsqueda sin fin del conocimiento, que es lo mismo que la lucha por la libertad y la dignidad humanas. Y de la misma manera que la Academia de Platón, fundada en el siglo IV a. C. y que sobrevivió hasta el siglo VI de nuestra era fue una institución que encarnó los valores del conocimiento, esa misión corresponde a las universidades.
DESGRACIADAMENTE esto está dejando de ser así, porque nuestro mundo académico se parece cada vez más a la caverna de Platón. Sus profesores y alumnos viven encadenados entre normas que crecen sin parar, y son lo mismo que esas figuras que los paseantes hacen ver reflejadas en la pared a los prisioneros de la caverna. De tal modo que en vez de facilitar la búsqueda del conocimiento y el desarrollo de la libertad, la universidad se ha convertido en una máquina que encadena, o por lo menos lo intenta, a todos y cada uno, controlando su vida académica del mismo modo que en la Academia platónica o en los monasterios medievales, sus sucesores en muchos aspectos, la vida de los monjes estaba controlada desde que se levantaban hasta que se acostaban, debiendo también aprender a controlar sus sueños, gracias sus exámenes de conciencia.
PARA PLATÓN la apariencia y la realidad eran grandes problemas filosóficos; para los cristianos lo fueron religiosos, y para los universitarios actuales solo son un problema de cinismo y control. La mayoría de los profesores saben que los controles y evaluaciones de la docencia y la investigación son más bien ficciones y que no se corresponden ni con la práctica real de las ciencias, ni con las necesidades de la economía y la sociedad, ni siquiera con la dinámica propia del mundo académico. Cada vez más profesores reconocen que tienen la sensación de vivir en un mundo irreal, en un teatro, o incluso en un circo, en el que se trata de salir a la pista y representar un papel para lograr el aplauso evaluador. En todos los campos: ciencias, letras, ingenierías, ciencias jurídicas y sociales hay el clamor de que las tesis doctorales han bajado de nivel, la docencia se ha simplificado rozando a veces el infantilismo, y las publicaciones y los concursos de profesores se han convertido en un mercado en el que la moneda mala desplaza a la buena, y en el que los académicos se mueven como sueños de unas sombras, sumidos en un eterno sueño dogmático de normas y palabras huecas.
ILUSTRAREMOS CON algunos ejemplos este mundo de sombras chinescas, comenzando por las publicaciones. Se sabe y se ha cuantificado así que en las humanidades más del 95 % de los trabajos, sean libros o artículos, tienen un solo autor, mientras que en los campos de las ciencias y la tecnología el autor único es casi una excepción, si dejamos a un lado algunas ramas de las matemáticas -al fin y al cabo los teoremas siguen teniendo nombre y apellidos. En las ciencias se trabaja en equipo y en grupos que necesitan financiación para cada trabajo. En las humanidades el trabajo es básicamente individual, pero se crean grupos, se los financia, aunque luego en ellos cada cual trabaje por su cuenta. Y mientras en casi todo el mundo, menos en España, en humanidades se valoran los libros, que en las ciencias no se utilizan para exponer la investigación, aquí se valoran los artículos por su número. Se ha estudiado el currículum de los presidentes de las universidades de la Ivy League, el grupo de las mejores universidades de EE UU. Pues bien, los juristas y humanistas son conocidos por ser autores de uno o dos grandes libros que han marcado un hito en su campo. Y los científicos tienen en su haber un número de artículos que depende del campo en el que trabajan: la cantidad es mayor si son médicos, químicos, físicos y menor si son matemáticos.
TODAS LAS APORTACIONES fundamentales a las humanidades son libros, obras de un único autor y ningún congreso ha cambiado el curso del saber en ninguno de estos campos. Sin embargo se financian reuniones sin fin en humanidades para dar la imagen del trabajo colectivo. En humanidades no hay el equivalente de los grandes congresos médicos o de las sociedades científicas, ni grandes revistas que concentren las publicaciones de un campo. No importa, se inventan y se financian sus ediciones.
VEAMOS CÓMO SE inventa un currículum. Primero decido valorar los artículos por su número. Un autor tiene un gran trabajo al que se le da la nota máxima (tres puntos por ejemplo) y otro dividió sus resultados, mucho menos importantes, entre cinco trabajos. Si cada uno vale 1,5 tendrá un 7,5. Los trabajos malos desplazan a los buenos. Si a su vez valoramos los libros hasta 20 y le concedemos 20 a un libro extraordinario y a otro autor que publicó los resultados de su investigación en 25 artículos de calidad media-baja lo puntuamos con 25 x 1,5= 37,5. Y así suma y sigue. Pero esto es solo el principio, porque puedo decir que las publicaciones son el 50 % de la nota o el 25 % o el 75 %, según. Puedo valorar la docencia por años o no, las estancias en centros de investigación por años o meses, haya habido o no resultados visibles, además del viaje. Y podemos añadir congresos, con ponencia o sin ella, o lo que se desee. Como los baremos los hace cada universidad y se cambian constantemente, y lo mismo ocurre con las agencias de evaluación, se ha creado un mundo de falsas apariencias, manejado por espíritus malignos, como aquel del hablaba Descartes, que nos hacen creer que el palo que vemos torcido en el estanque no es recto, como sabemos.
TODO ES IGUAL Y SE PUEDE SUMAR o restar, según el caso. Los sexenios de investigación, esos grandes ídolos académicos que a veces parecen “premiecitos nobel” de la evaluación, otras veces no valen nada. Y el control de la docencia y la administración sigue el mismo modelo: solo hay que tener cifras que den apariencia de eficacia para poder pedir más dinero. Pero aún queda una esperanza y es que, como decía Descartes, un filósofo-matemático que creó la geometría analítica, estemos despiertos o soñando, un triángulo siempre tendrá tres ángulos, digan lo que digan evaluadores, políticos. y predicadores diversos.
(*) El autor es catedrático de Historia Antigua en la USC