por PEDRO J. RAMÍREZ
Siempre recordaré este clarificador 24 de febrero en el que, “mustia la piel, el pelo cano” Mariano Rajoy sacó a relucir el Mariano Rajoy que llevaba dentro y reflejando “el vacío del mundo en la oquedad de su cabeza” pretendió expulsar al líder de la oposición del “casino provinciano” con el que confunde el Parlamento. Este clarificador 24 de febrero en el que Pedro Sánchez se quedó patéticamente callado cuando el susodicho le llamó “patético”, en vez de coger aire recitando las provincias españolas desde el escaño como hacía Aznar cuando Felipe le endilgaba el último sopapo. Este clarificador 24 de febrero en el que Lady Candy Crush nos mostró, como buena verdulera tecky, lo que podemos esperar de una clase política entregada a la gallofa con los aliños y aderezos licuados por el dinero oscuro de su marido.
Poco antes de que comenzara tal sesión de Fantasmagoría por la que desfilaron espectros varios mientras faltaban casi todos los vivos, las puertas de los salones del Ritz iban abriéndose en cascada, cual esclusas de una presa, para albergar el torrente de más de medio millar de personas de calidad y ciencia que querían conocer los planes de EL ESPAÑOL en el Foro de la Nueva Comunicación. Fuera por el reluciente pan bajo el brazo que mostró nuestra consejera delegada Eva Fernández -un estimulante descubrimiento para muchos- o por la determinación de la sonrisa colectiva que tuve el placer de encarnar sobre la tarima, el caso es que al conjuro del término del acto, buena parte de los asistentes comenzó a pulsar la tecla “Invertir” bajo la cabecera de nuestro blog y cebó lo que los barandilleros llamarían un rally alcista que va a situar el número de nuestros accionistas por encima de la barrera mágica de los 4.500.
Este sprint final que concluirá a las doce de la noche del domingo -quedará luego una semana para solventar fallos o errores en el proceso de inscripción- desembocará en un podio en el que además de celebrar el récord mundial de inversión colectiva en nuestro sector -lo hemos pulverizado por más de un millón-, recibiremos una recompensa mucho más valiosa: la de poder nacer siendo el medio de comunicación con más accionistas de la Historia de España.
Ya expliqué lo que esto significa. Yo no comparecí en el Ritz flanqueado por ningún ministro o líder de la oposición ni protegido por ningún presidente del Ibex, pero lo hice acompañado ya de “tres mil voluntades, tres mil pares de brazos, tres mil corazones latiendo acompasadamente en pro de la libertad de prensa y el derecho a la información de los ciudadanos”. Y esta compañía que, como digo, no cesa de ampliarse hora a hora, minuto a minuto, es el mayor tesoro que podía anhelar cuando a las 00.15 del 1 de enero de 2015 lancé mi primer tuit del Año Nuevo: “Nuestro periódico será universal pero se llamará EL ESPAÑOL”.
¿A qué se debe este doble milagro de que tantas personas, cercanas algunas, desconocidas las más, veteranas y noveles como en toda gran masa social, se hayan sumado a nuestro empeño, desviando un promedio de más de 600€ de sus ahorros -aquí no hay magnates- para invertirlos en un periódico del que hace 58 días desconocían hasta su mismo nombre y al que en realidad le faltan aún seis meses para ver la luz?
La respuesta está en el mero hecho de que en una sociedad democrática puedan plantearse cuestiones como las que acribillaban las tarjetas que desbordaron a José Luis Rodríguez -artífice y moderador de los desayunos del Ritz- a la hora del coloquio. La gran mayoría aludía a la concentración del poder político y económico, a su prepotencia y despotismo en detrimento de la independencia de los medios que dominan, a los turbios manejos para imponer mordazas, deponer directores, incrustar censores disfrazados de ejecutivos y poner en definitiva al periodismo de rodillas. La reciente portada común de todos los sojuzgados, a mayor gloria de quien descuelga el teléfono para advertir periódicamente cuáles son las líneas rojas, ha causado tal estupor en la élite ilustrada que, al igual que sucede en la política, 2015 se ha convertido ya en el año en que la sociedad española busca con avidez antídotos para los venenos que se le ha obligado a engullir por vía impresa.
Poco pude decir sobre mi experiencia inmediata pues las emociones fuertes me producen amnesia -es curioso, me acuerdo de todas las vilezas y grandezas del 89 pero de nada de lo de 2014- y tendrá que pasar algún tiempo para que poco a poco vaya recuperando la memoria. Pero en relación al lanzamiento de EL ESPAÑOL tras el verano una cosa está muy clara: por mucho que se reitere la comparación por la intensidad de la fuerza emergente, nosotros no vamos a ser el Podemos del periodismo.
Tanto es así que hago mías, con los matices que requiere el paso de dos siglos, las palabras de Andrés Borrego, fundador de nuestro homónimo ancestro, el primer periódico moderno de España: “No serán aptos para gobernaros ni debéis dar vuestros sufragios a hombres que no conciban un sistema de administración que disminuya considerablemente el número de empleados y eleve entre nosotros a principio moral y máxima política que cada hombre recibió de Dios con los medios de proveer a su subsistencia la obligación de hacerlo, sin pedir al Estado que sea su tutor y se haga cargo de su carrera y adelantos”.
EL ESPAÑOL será pues un defensor radical de las libertades, incluida la de empresa y, en este sentido, un periódico pro-business que alentará el éxito en los negocios limpios, la creación de riqueza y la recompensa de los inversores. Pero no transigirá en cambio con lo que Luis Garicano ha definido como “capitalismo de amiguetes”, basado en las puertas giratorias, la endogamia en la gestión, la usurpación por los ejecutivos de los derechos de los accionistas y el trasiego de maletines black para engrasar el bipartidismo y narcotizar al perro guardián de la finca. Y si algunos de esos mandarines que han logrado ser más innombrables que el propio emperador pretende hacernos pasar por el aro de la servidumbre como requisito previo a cualquier relación de justicia comercial nuestros cuatro mil socios, valientes, inconformistas e hiperactivos en las redes sociales, serán los primeros en enterarse.
Sin salir del útero materno, EL ESPAÑOL ya contiene multitudes. Sus cuatro mil accionistas forman un escudo protector tan tupido y para nosotros venerable como la barba del Walt Whitman más anciano. Pero no lo emplearemos para amurallarnos en la quietud sino para garantizar que nuestras puertas estarán siempre abiertas y nuestro tren en perpetuo movimiento.
Nunca olvidaremos cuáles eran los requerimientos de Larra cuando se puso a buscar “un papel público en donde fabricar el nido para lo que faltara de invierno” a finales de 1835: “Queríale grande… largo, ancho, desahogado, como lo había imaginado mil veces para tanto como tengo aún que decir”. Y él, “que a imitación del borracho del cuento, aguardaba que pasase mi casa para meterme en ella”, entró “de rondón” en EL ESPAÑOL.
Esa es también la actitud expectante de gran parte de la sociedad española. Espera acontecimientos que ni siquiera ha logrado hoy atisbar. No se dará cuenta de lo que le conviene hasta que alguien se lo muestre en movimiento. Aturdida, no por los vapores etílicos, sino por la sucesión de desengaños, aguarda a que “pase su casa” -la morada de sus ideales e ilusiones, de sus principios e intereses- para “meterse en ella”. EL ESPAÑOL debe ser ese casero fiable de renta antigua -la tecnología del futuro nos permitirá ofrecer precios del pasado- que aposente a millones de españoles, “preocupados” como el de D’Ors y Penagos que se buscaba a sí mismo en las afueras, en una morada informativa bien decorada, cómoda, segura y estimulante.
Ya tenemos lo primero que necesitábamos para construir el edificio. Los cuatro mil accionistas habéis puesto los cimientos. O más exactamente sois la levadura que, según la parábola bíblica, permitirá que la masa fermente.
Aún quedan algunas horas antes de que concluya el plazo para invertir en EL ESPAÑOL en las mismas condiciones que los fundadores y con un tope máximo que diversifica nuestra base social y protege el proyecto de cualquier infiltración no deseada. Y ya que este año se cumple el sexto centenario de la batalla de Agincourt que sirvió de plataforma a Shakespeare para su tantas veces citado discurso en el que Enrique V toma por “hermanos” a los campesinos que forman su ejército, permitidme enmendar la parte menos conocida del argumento. Porque cuando su primo Westmoreland se lamenta de que no puedan contar con diez mil soldados más, el joven rey replica: “Cuantos menos seamos mayor será nuestra gloria… ¡Por Júpiter no desees un hombre más!”.
Yo digo lo contrario: cuantos más seamos, mayores serán nuestras posibilidades de triunfar en la batalla de las ideas, las propuestas y la información diferenciada que libraremos a partir del otoño. Del tamaño de la levadura dependerá en definitiva nuestra fuerza expansiva. O sea que ¡por Júpiter, por Cibeles, por Neptuno, por la fuente de Canaletas, por San Mamés, por la pirotecnia valenciana, por los manes de la Puerta de Jerez y la verdiblanca Plaza Nueva de Sevilla y por supuesto por los dioses pericos que surgían en mi infancia de las aguas luminosas de la falda de la Montaña de Montjuic!, si ya eres accionista, convence a algún amigo o familiar de que se sume a nuestro empeño antes de que levante el vuelo el búho de Minerva. Y si no lo eres todavía, mueve ya tus alas. No te quedes atrás, hagámoslo juntos.