Leo en el Courrier International, que mi hija emigrada en Francia, (como tantos otros de su edad) compró para leer en el avión que la trae a casa, un artículo publicado en The Atlantic que parece anticipar un mundo en el que el espionaje doméstico y el contraespionaje también doméstico librarán una especie de Guerra Fría de consecuencias todavía poco previsibles. Un 62 % de los hombres reconocen que espían las llamadas y mensajes de los teléfonos de su pareja y un número menor de ambos miembros reconocen haber tomado medidas para ocultar a sus parejas lo almacenado en la memoria de sus teléfonos lo que, no sorprende demasiado ya que, aunque poco fiables, (se estiman más altas), las tasas de infidelidad en parejas convivientes es del 15 % para las mujeres y del 20% para los hombres si bien esa diferencia se está acortando con rapidez. La discreción en esas infidelidades es hoy mucho más difícil de mantener debido a las nuevas aplicaciones informáticas para ordenadores, i-Phones y tabletas. Muchos teléfonos disponen ya de la aplicación, Find My iPhone, con la que es posible conocer en todo momento su ubicación ( y la de su propietario); la aplicación, Vaulty Stocks, permite guardar en un cofre secreto los mensajes y llamadas; la Cate, dispone de un botón del pánico que borra inmediatamente todos los mensajes, incluso llamando desde otro teléfono; la Cover Me, los encripta y la Nosy Trap muestra una falsa pantalla de acogida mientras que fotografía al mismo tiempo a quien intentó acceder al teléfono; SnapChat, envía fotos o mensajes comprometidos que como en la serie Misión Imposible, se autodestruirán en pocos segundos y Gallery Lock, almacena en una galería privada las fotos comprometidas que no se quieran borrar. Los abogados americanos, dice el artículo, comienzan a recomendar a sus clientes que en sus contratos de matrimonio impongan cláusulas que exijan respeto por la “vida privada numérica” que impidan la utilización de estas aplicaciones espías en casos de divorcio futuro. Estas aplicaciones que fueron comercializadas para otros usos, están llevando a muchas parejas americanas a una escalada de celos que ha provocado al mismo tiempo que muchos de ellas hayan decidido autorizarse mutuamente a ser controladas por el otro miembro de la pareja. De las películas, hace mucho tiempo que desaparecieron los fumadores, (reducidos hoy apenas a los malvados cuando antes se filmaba entre humo), las cabinas telefónicas, (que sirvieron en tantas escenas memorables), y los archivos en letra impresa. Hoy nadie imagina una película policial (o de cualquier otro tipo) sin ordenadores, bases de dato informáticas y teléfonos móviles. Dentro de poco, o ya mismo, no sé, no habrá películas amorosas o comedias sin que intervengan estos nuevas aplicaciones espías y en la vida real, ocurrirá lo mismo.
S.L.