El tuit superior condensa fielmente el sentir de las redes sociales ante semejante déficit de sensibilidad artística. Es, si lo piensan, una extensión del discurso que enarbolaban nuestras madres cuando nos veían sentados frente al televisor o el Spectrum. “¡Que se te va a quedar la cabeza cuadrada!” decían, antes de instarnos a bajar al parque “a dar patadas a un balón”.

Nuestras madres se equivocaban: las pantallas no eran el problema, sino la soluciónY bien, duele reconocerlo, pero nuestras madres se equivocaban. El futuro estaba en esas pantallas, como esa en la que usted está leyendo y yo escribiendo, y los que se acostumbraron a sus formatos en la infancia, hoy disponen de una ventaja competitiva frente a los demás. Es por eso que cuando un padre novato me dice, entre el susto y el asombro, que su bebé se pasa el día agarrado al iPad, le pido que solo se preocupe de mantener su tarjeta de crédito lejos del Apple Store, que lo demás vendrá rodado.

No luchen contra la pantalla

No ha nacido el científico que sepa decirnos por qué las pantallas ejercen tamaño poder de atracción sobre el ser humano. Quizá porque a través de ellas recibimos, en un minuto, más información de que nuestros bisabuelos registraban en un mes. Mucha más, desde luego, de la que puede aportarnos la observación de una imagen estática, aunque ésta sea una obra maestra del Barroco neerlandés. Es ley de vida. Si estamos basando nuestro progreso en la tecnología y la información, no puede escandalizarnos que los niños sigan nuestros pasos.
Quizá dar la espalda a un original de Rembrandt sea todavía un acto obsceno, pero no sorprende a nadie. Es lo mismo que vemos en el metro, en el restaurante o en cualquier concierto. Somos yonkis de la información y el móvil es nuestro camello, el que nos proporciona lo que queremos en cualquier momento. Con los pies en el suelo, influye más en nuestra vida una batería de iones de litio que el legado de Picasso.

Llevemos el arte a los móviles o perderemos la batallaLa única solución que se me ocurre pasa por llevar el arte a los móviles, ponerlo frente a nuestros ojos. Adaptarlo a los nuevos formatos, que diría un señor de Mediaset, sin que venga aparejado con la frivolidad que manejan por la carretera de Fuencarral. ¿Queremos que una generación nacida en plena revolución tecnológica consuma arte como llevamos haciéndolo 400 años? El problema es nuestro y no de Rembrandt.

Renunciemos, de una vez por todas, a cuestionar el progreso sin aportar nuevas ideas, mas cuídemonos de sus excesos, como la información sesgada, que nos acontecen a diario.