Como miembro del jurado tuve que hacer una primera lectura rápida del libro de Sánchez Ferro, junto a la de los otros libros que participaban en el Primer Premio de Poesía El Cercano. Sobre la cubierta de la Ceniza del latido escribí: preseleccionado. Lo mismo anoté en tres o cuatro libros más, entre ellos, en el originalísimo y crujiente como una manzana de principios del verano de Clara Caulfield.
En una segunda lectura más sosegada de los preseleccionados, en elpoemariode Pablo Sánchez Ferro escribí con signos de admiración ¡Inconmensurable! El libro me había ganado por completo y en una tercera lectura me había hecho suyo. Ocurrió lo que Dámaso Alonso explicaba que ocurre con la auténtica poesía: “que se convierte en un nexo entre dos misterios: el del poeta y el del lector”
Y eso es, sin duda, lo que les ocurrirá a ustedes tras la lectura de La ceniza del latido, que compartirán con su autor un mundo renacido, en el que se entra unas veces cegados por la sutileza de su luz, otras veces aturdidos por la estridencia de su silencio y de los rumorosos sonidos de los seres que lo pueblan: espigas, libélulas, pétalos extasiados y el jabalí pardo.
Si tuviera que expresar en una sola frase la esencia del poemario de Sánchez Ferro diría, aun a riesgo de parecer grandilocuente, que es unaabsoluta resignificación del universo a través de la palabra. Pero lo maravilloso es que de inmediato el lector participa, disfruta, de esos nuevos significados y gracias a ellos puede acceder a una nueva experiencia substanciosa, de la que sale teñido, como si hubiese realizado un viaje transformador y sus allegados le dijeran: hueles a la leña de otras tierras, al agua de otras riberas.
Nunca antes me había parecido que tenía tanta razón Dámaso: “El objeto del poema no puede ser la expresión de la realidad inmediata y superficial, sino de la realidad iluminada por la claridad fervorosa de la poesía”.
Lea cadacual La ceniza del latido como le plazca,pero yo recomiendo la lectura ordenada, de principio a fin, como si se tratase de una novela. El autor confiesa en un colofón haber escrito el poemario entre 2007 y 2016. No lo parece, porque el libro mantiene una envidiable unidad conceptual, estilística y lírica. Desde el primer poema hasta el último los textos parecen encaminarse a construir un sentido. Cada poema desarrolla un asunto que viene a complementar a los demás, no hay poemas o versos fortuitos. La voz desde la que el acto poético se produce parece primero nacer, y luego ir nombrando las cosas para conocerlas o incluso más, para producirlas.
Ahora bien, la unidad citada no oculta que el libro contiene dos partes diferenciadas que, pertenecientes o no a dos momentos de creación diferentes en el tiempo, se corresponden a dos proyectos expresivos distintos. En la primera parte, la voz desde la que el poema se produce es la de un ser nacido que reconoce, describe y canta.Realizando, mientras lo hace, mientras canta, una atribución de sentido; desplegando una constelación de símbolos. La segunda parte es bastante más grave, estilísticamente desaparece el verso para dar paso al renglón y un clasicismo sanjuanista se hace mucho más vivo. La voz desde la que se poetiza asume la plena potencia de la primera persona y el discurso ya no es tanto el de la naturaleza y el de las cosas, como el de la conciencia. Conciencia enamorada, conciencia ensimismada, conciencia dolorida, conciencia herida por el paso del tiempo…
No puedo terminar sin referirme muy brevemente a una condición gráfica del libro que presentamos. Se trata, además, de poesía visual. Digo, además, porque estamos acostumbrados a encontrar muchas veces poesía visual interesante desde el punto de vista gráfico, pero poco interesante desde el punto de vista lírico. Ustedes juzgaran, pero creo que estamos ante una experiencia que demuestra como los recursos gráficos de la poesía visual pueden incorporarse con éxito a un poemario de contundente solidez literaria.
Todo lo que he dicho sobre el poemario de Sánchez Ferro no es otra cosa que una lectura personal, la mía. Ahora la que importa es la de ustedes. A cada lector atentoLa ceniza del latido le revelará un mundo personal y distinto, como el néctar de la rosa para el perfumista es esencia y para la abeja alimento. Pero para todos, estoy seguro, significara un descubrimiento fervoroso, porque estamos ante verdadera poesía y la poesía, volviendo otra vez a Dámaso Alonso, “es un fervor, un deseo íntimo y fuerte de unión con la entraña del mundo”.