Estimado Moncho:
Hay un programa de televisión en el que a veces me detengo con verdadero placer de entomólogo aficionado, ansioso de pasar a la posteridad a través del descubrimiento y bautismo de una especie desconocida, para parecerme a Nabokov con una mariposa en la mano; y en ese programa de título incomprendido, presentado por un señor profesional cuyo mérito principal es hacer muecas con las cejas, se producen unos encuentros, diría que casi fortuitos, entre dos personas, en un restaurante de teatro en el que siempre se comen espaguetis, los mismos espaguetis una y otra vez, o un salmorejo de vaya usted a saber qué ingredientes sin ajo. Echo de menos las risas enlatadas de las series americanas, “las latas siempre son un buen recurso”, dicen los cocineros más reputados. Esos encuentros parece que tienen el objetivo impúdico de unir en una relación sentimentaloide, más bien sexual, a dos individuos que no se conocían hasta entonces para que se decidan a visitarse en el futuro con la familia política contraria, y a subirse con patines de cuchilla al propio o ajeno catre, basado todo ello en las descripciones que unos y otros hacen de sí mismos. Como Tarzán y Jane, “yo Tarzán, tú Jane”. Se lo describo sucintamente por si usted no ha tenido la suerte de haberlo visto, y si fuese así le recomiendo encarecidamente que pierda algo de su tiempo con él, tomándolo en dosis cortas porque produce insomnio.
Por las veces que he puesto mis asombrados ojos sobre la pantalla del dichoso programa he concluido que sólo por la forma de comer los espaguetis de los posibles partenaires yo ya me hubiese decidido por la soltería perpetua. Si este magnífico programa de audiencia más que numerosa pudiese dar indicios a los sagaces profesionales de la sociología y sus estudios demoscópicos, estos deberían concluir que la sociedad española en un 90% tiene poco apetito, un 80% está divorciado dos veces y tiene hijos de las dos parejas, y ahora van por el trío, un 60% es gay y un 55% lésbico, un 100% miente como un cosaco, un 75% es un ególatra empedernido, un 87% tiene un tatuaje a la vista y otros muchos bajo las bragas y un 120% se viste en la boutique que la Familia Adams tiene en la Castellana: unos visten como “Fétido ”, otros como “Morticia”, otros como el engominado “Gómez” … y otros escogieron vestimenta en la sección deportiva que regenta “Miércoles Adams”. Tal vez sean exigencias del guion, no sé.
Pero a lo que quería llegar yo en esta crítica de TV digna de aquel perspicaz y hoy tan olvidado Juan Cueto, y a efectos de aumentar aun más la audiencia de este bendito programa, que ojalá no desaparezca nunca, es a dar un consejo de amigo a sus productores, (por si usted, que conoce a tanta gente de la prensa, de la radio y la televisión, también los conoce a ellos) y el consejo sería que no juntasen a sus participantes por afinidad, guapos con guapos, gordos con gordos, imbéciles con estúpidos, homosexuales con homosexuales, viejos con mayores desinhibidos, gallinas con gallos…No, lo que yo les propongo es que introduzcan el bendito azar en todo el mecanismo y se sorteen los encuentros: góticas con pijos musculados, peluqueros con filósofas, viejos marchosos con gorditas, psicópatas con colegialas, corderos con lobas. Se producirían encuentros tan trascendentales que la raza nacional se vería mejorada y nuestro futuro productivo se multiplicaría por cien. Estoy seguro de que fruto de esos cruces nacerían unos especímenes que gobernarían este país en un día no muy lejano, con una diligencia, una perspicacia, una justicia y una razón propias de los Siete Sabios de Grecia, y sustituirían a los dirigentes actuales, que son producto de no se sabe bien qué cruces transgénicos, realizados indudablemente contra natura. Serían unos gobernantes muy próximos a la realidad por la que transita la actual sociedad española, esa que sale por la tele, que es la única, verdadera y sandunguera, y que el programa de primeras citas refleja a la perfección.
Atentamente,
Lázaro Isadán