Vivimos cambios vertiginosos en todos los aspectos, éticos, científicos, políticos, modo de vida, relaciones entre personas y un largo etcétera, época donde se están llevando a cabo hechos impensables hace unas décadas y que ahora vemos cómo normales, siempre y cuando se ajusten a determinadas características y vengan de una forma de pensar y entender la vida, lo que llamamos “políticamente correcto”, e importa poco que suceda en Australia, USA, Japón o cualquier país Latinoamericano por citar sólo unos cuantos. La prioridad no es la persona, lo vivimos en las muertes prácticamente anunciadas de los emigrantes en el Mediterráneo o de los movimientos “rebeldes” en ciertos países que no se conoce muy bien quien los mueve, o sí los conocemos callamos.
El tercer mundo por mucho que se ha hablado no ha avanzado, el cuarto que convive con nosotros ni lo vemos, la seguridad jurídica que desde la antigüedad nos protegía ya no la tenemos, los que legislan modifican las leyes a su conveniencia o no cumple, y si pierden una votación no importa exigen otra hasta alcanzar lo deseado. El diálogo es únicamente reconocido en las obras de Platón, nadie mueve un ápice su posición, salvo que se encuentre solo y con todo en contra. Nunca se ha dicho tantas veces que el pueblo es el que debe decidir ¿lo hace?, sí, siempre que coincida con lo que quieren los que están arriba, en caso contrario se dan vueltas y vueltas hasta conseguirlo, apoyados en una minoría que lo proclama demagógicamente por todos los medios de difusión que poseen hasta “convencer” a una mayoría silenciosa. Para ello cuentan con la ley electoral que les favorece, y cumple ni de lejos cada ciudadano un voto, dándose con frecuencia que quien ha obtenido menos votos del pueblo obtiene el poder, claro que sólo les está permitido a algunas ideologías, no importa derechas o izquierdas. Posiblemente las palabras de Rousseau: “La libertad es alimento nutritivo, pero de difícil digestión. Es, por tanto, necesario preparar a los hombres mucho tiempo antes de dárselo” tienen vigencia, lo mismo que muchas ideologías del siglo pasado, hoy actualizadas, que conducen a recortar la libertad y con ella, por ser inseparables, la democracia.