La acuarela es una técnica que diluye en el agua el color como pigmento. La presencia del agua disuelve los límites y el color se convierte en espacio y luz desprendiéndose de su cualidad primaria como pigmento para adquirir un gradiente de intensidades que se va definiendo a medida que el agua desaparece. El agua se transforma en color. Al principio es solo un vehículo y desde ese movimiento sensible se transmuta en sentimiento. La acuarela es una técnica veloz, nerviosa, muy frágil y que no permite la corrección. El movimiento surge desde el pecho hasta la mano como si los dedos fuesen alas y perdieran su consistencia material. Desde el epicentro del pincel, el color – transportado por el agua – va conquistando el espacio de forma caprichosa y desigual. Hay zonas donde se coagula y otras donde se expande y dibuja geografías, vértices, lugares, heridas, trayectorias…
El soporte es esencial. El papel es un tejido vivo que se deforma. La línea establece una cartografía de huellas muy sutiles para no perderse. La pintura va ligada a la piel. Surge desde lo íntimo de nuestro espacio corporal. Desde la superficie de contacto de nuestro cuerpo con el mundo. El movimiento siempre es tembloroso, incierto y vacilante. Ese pálpito contenido en las fibras corporales se descarga conscientemente en la pintura, desde lo desconocido que somos y que al expresarse nos descifra, encamina y amansa.