“Y el delirio brota de estas vidas, de estos seres vivientes en la última etapa de su logro, en el último tiempo en que su voz puede ser oída. Y su presencia se hace una, una presencia inviolable; una conciencia intangible, una voz que surge una y otra vez. Mientras la historia que devoró a Antígona prosiga, esa historia que pide sacrifico. Antígona seguirá delirando. Mientras la historia familiar, la de las entrañas, exija sacrificio, mientras la ciudad y su ley no se rindan, ellas, a la luz vivificante. Y no será extraño así que alguien escuche ese delirio y lo transcriba lo más fielmente posible.1” María Zambrano. “Senderos”.
Antígona despierta
Se libera de la conciencia colectiva para asumir su identidad.
Se libera de siglos de sometimiento y sacrificio. Se libera de la autoridad paterna, del molde de madre, de la esfinge que no envejece. De la mujer y la niña amordazadas. Antígona despierta. Construye su vida con el espejo de su mirada. Deja atrás un territorio yermo y calcinado y se alza. Para morir, primero necesita habitar su vida, expandirla en un latido que desgarra el nudo hiriente de su pecho. Descendió a los abismos para regresar de todos los lugares donde el amor es elemento de trascendencia. ¿Qué amor?. ¿El sentimiento creador de vida?. No. El amor a la palabra que nombra lo invisible y la luz. La luz y la sombra. La sombra y la agonía. Reconociendo el logos como raíz. El intelecto como potencia. La fragilidad como fuerza. La mente como eternidad.
©Cruz López Viso, 2016.
Bibliografía
1ZAMBRANO, María. Senderos. Barcelona: Anthropos Editorial, 1986. Pág.220.