El tema va hoy de varias cosas que mezcladas pueden llevar a una propuesta revolucionaria. Hoy estuve en un programa de radio como invitado para hablar de elcercano, y después de escuchar a algún interviniente anterior quise exponer el porqué no estoy de acuerdo con la mentalidad generalizada de la subvención a la cultura; y es que sus grandes defensores se envuelven en el ropaje de valor que es, pero demasiados confundiendo el valor de la cultura y la cultura que no tiene valor pero que se utiliza bajo único frontispicio para recibir la subvención.
Otra fórmula imperante en esta baja política cultural es convocar a los escolares para justificar la existencia de cualquier propuesta que, generalmente, beneficia a su inspirador. Es algo recurrente en concursos de poesía, por ejemplo, de asociaciones cuyos miembros después no participan de otras iniciativas en torno a esa especial literatura. Pero también podríamos citar otro tipo de actividad, como tertulias literarias o jornadas de emprendimiento, o espectáculos de teatro, o cualquier otra cosa donde el escolar es el público que llena el auditorio, el que rellena la estadística, que no se opone a la practica porque es pequeño o simplemente cambia el pupitre de la clase por la butaca de un salón cultural.
Pues bien, como quiera que me ha tocado esta temporada visitar a una enferma ingresada en el Hospital, que además está mayor, pensé en lo bueno que sería, en vez de tanto compromiso con los jóvenes y de los jóvenes para con distintas materias extraescolares que no son demasiado necesarias (desde mi punto de vista, lo importante de la escuela es la enseñanza que se enfoca al estudio necesario para una formación básica), que se hiciera un programa educativo con los jóvenes desde los trece años en adelante que pasara por la visita a los centros hospitalarios donde pudieran observar la enfermedad (si además hay vejez, mataríamos dos pájaros de un tiro) con sus propias retinas y así reconocer mejor lo que es la vida. Sin duda podrá pensar cualquier madre o padre al respecto que podría traumatizar al niño cuya sensibilidad sufra demasiado el contacto con este dolor humano que depara la enfermedad, al igual que si hablamos de visitar la residencias geriátricas o asilos, pero debemos pensar que si a esa edad muchos hacen botellón o tienen relaciones sexuales (las estadísticas están a la vista) y ya no digo si toman alguna droga, pues mejor sería prepararlos para despertar la empatía, que todo humano que no es psicópata lleva dentro, para con los que más sufren. Es el viaje de Siddharta Gautama cuando se hizo Buda, y sin duda no se trata de pasar cinco años debajo de ninguna higuera para alcanzar la verdad pero tampoco se trata de estar impasibles ante el aborregamiento a los niños con tanto cuento que no cuenta nada.