Vengo de una dirección y atravieso el páramo. No hay vegetación humana en mi ciudad un domingo de buen tiempo. Es como si dieran la salida de una carrera donde el lema fuera “idiota el último”, o si el volcán Kilauea entrara en erupción desplazando a los hawuayanos fuera del alcance de lava y fuego. Tal parece Ourense un domingo cualquiera de sol radiante. Nadie queda. Bueno, sí queda la oculta por su edad, de tercera, entre paredes de residencias y pisos de soledad, esa parte poblacional cuyo futuro ya casi se ha ido, ha sido, los mayores asistidos por necesidad imperiosa o mayores desasistidos por culpa de los gastos de representación mezquinos, que un mal día son noticia por haberlos encontrado muertos tras la alerta de un vecino mosqueado por el silencio tras el tabique. También quedan escondidos, tras la cortina de humo de las nuevas tecnologías y distracción a tope o programas de teuve que cuentan miserias humanas prepago a sus protagonistas mercenarios de fama y pasta, los que no tienen ni para gasolina. Pero el hecho dominical quizás no sea nuevo, aunque cada año es peor. Porque siempre Ourense aspiró a conquistar Samil o Playa América por un lado, por el otro Sanxenxo o A Toxa. Pero ahora no se trata de conquistar sino de no perder vida el resto de la semana, mes o año, futuro. Que al paso con que trota este percherón ciudadano, no llegamos, cuál si fuera la Caída del Imperio romano más allá de lo merecido, o sea, a no ser nada significativo ni para las gentes que se exilian a otras tierras, cual si la emigración fuera nuestro sino.
Habrá quien piense que la visión catastrófica es propia de un pesimista nato o de un crítico recalcitrante, pero no, simplemente nace del juicio que valora un camino que no nos lleva a ninguna parte. ¿Cuál? El de la simpleza de miras, la cortedad inherente a una clase política y social que parece nacida de la voluntad más mezquina, de un anhelo por ser los más chulos del pueblo, y poder tener más a costa de los demás. Tenemos una situación extrema de población a la baja, y a la baja quiere decir “por debajo de cualquier otro lugar de nuestra misma esfera o nación”, con un envejecimiento colectivo muy superior a la media también de cualquier otro, con una población pasiva más alta que la activa y que consecuentemente propicia otra suerte de liderazgo nacional, la renta más comedida, etcétera que no sigo porque aburre repetirlo. Así y todo tienes a los gobernantes, poderes fácticos, asociativos y demás fórmulas adoptadas para perpetuarse como una suerte de Nomenklatura propia, vendiendo el mismo humo que siempre, comprando el bienestar engañoso y superfluo con los cantos de sirenas de atracciones y espectáculos que son más de lo mismo, el mismo e idéntico problema de pan para hoy y hambre para mañana, en que la falta de público robado por ese entretenimiento puntual en la plaza del pueblo cierra negocios de la periferia. Y todos tan contentos, los imbéciles que no se enteran, claro; o los que juegan a ser alguien ostentando alguna parcela que el poder reparte precisamente para que lo defiendan cuando sea menester y algunos pidan cuentas.