Claro que tengo cintura. Hoy la noto, la siento, me duele como para no darme cuenta de ella. De pronto comencé a sentir la pinza que no acerté en un primer momento a reconocer su causa. Pensé un rato por qué venía el dolor, de qué situación, pues otras veces surgió el dolor de cintura por un esfuerzo puntual como subir cajas de refrescos al altillo o andar medio doblado organizando el almacén de bebidas que tenemos en elcercano encima de los baños y que, a veces, asusta a algún cagón o cagona que escucha ruidos encima de sus cabezas sin saber de donde proceden, cual si los estuvieran vigilando fantasmas o espectros sueltos de la vida escatológica secreta que vivimos todos. Busqué en esta memoria desmemoriada la razón, el motivo, que no debería volver a ser porque le daría palos en cuánto asomase la siguiente vez, y no encontraba en el deporte, ni mudanzas de casa, ni reparaciones de fontanería, ni movimiento de sillas, mesas y librerías del local, etc, no había nada que me lo explicara hasta que al fin recordé.
Recordé que había pasado el fin de semana en Leganés y Madrid llevando a caballito a mi nieto que con dos años y tres meses pesa ya más de la cuenta que puedo llevar a mis espaldas. Ahora sí, ya está fijada la causa, y ahí el dolor físico parece que se calma, porque el conocimiento de su procedimiento alivia, pero me causa otro dolor, mayor, el moral, el que te vuelve la cabeza hacia el espejo de una verdad que podía quedarse donde estaba pero es inevitable, esa verdad que te informa de edad, tiempo vivido y la limitación que ello trae consigo. No, no se trata de otros problemas mayores que trae la vejez, de la que aún me faltan años como para sentirlos aunque ya los percibo a través de grandes libros como “La última posada”, que se hace dura e incluso llama a alguno hacia puertas de la auto eutanasia consciente y voluntaria.
En fin, no me quiero poner trágico porque Madrid no es Ourense ni Playa América, donde la perspectiva de la distancia no es igual y no mides bien los metros, por lo que, bueno, el tiempo pasa pero no tan rápido como para quitarme de momento uno de los placeres mayores que me quedan en la vida y que es llevar a mi nieto a cuestas.