(He rescatado este artículo no publicado en su día, por razones que no voy a decir para que nadie se moleste demasiado, porque la mano fotografiada hoy, once años después del escrito, es la de Ico tras haberse caído la semana pasada por unas escaleras; el resto del cuerpo se lo pueden imaginar pero ni así ha dejado de distribuir los periódicos que nos lleva a elcercano y resto de clientes cada día amén de estar el fin de semana al frente de su kiosko. Es autónomo y no lo puede ocultar y sirva desde aquí estas letras de homenaje a Ico en particular y a los autónomos honestos y modestos en general, porque sin ellos esto se caería como un imperio romano). A Continuación el artículo que vaticinaba lo que se está viviendo y ahí es nada:
A Ico, el kioskero
Actualmente vivimos tantos cambios, y tan rápidos, que parece como si el estado hacia el que nos movemos, de vértigo, fuese por voluntario el mas placentero, cual levitar mariano por humeante consumo, aunque de puro vicio al final se vuelve siempre artificial; no paramos siquiera un momento para pensar si este movimiento vertiginoso conduce a alguna parte, aceptando sin rechistar cualquier quimera que vulgar listillo trapichero nos quiera vender.
Cambian los usos y costumbres, y cambia el mercado; así, tenemos periódicos que venden libros que antes vendían las librerías, o consumidores que trasiegan la música que antiguamente se adquiría en tiendas especializadas; los viajes se contratan a través de cualquiera, mientras las agencias son retribuidas para que vuelen por los aires con ese “uno por ciento” por billete que les paga Iberia; los bancos venden de todo en desleal competencia (qué escándalo que nadie denuncie las impagadas horas extras); hasta alguna compañía de seguros “regala” ahora cadenas musicales por contratar un seguro de masa, ¡qué locura!, y así podíamos seguir hasta la anarquía total del vale todo en el acto de vender y comprar.
Y es que los que nos regulan, ¿regularán sus cabezas?, nos han vendido la burra de tirar siempre por las riendas del consumidor de tal manera como si el Consumo fuese Dios; burra fácil de vender a crédulos ciudadanos que sentimos su atracción como simples burros que somos, al olvidarnos de que, además de consumidores, también somos “productores”; desde luego, burra nada aristotélica, por no situar la virtud en el medio, insistiendo cada día mas, tozudamente, en que se toquen los extremos; nada de intermediarios, pues, y en consecuencia: administración sin funcionarios, hospitales sin médicos, fútbol sin jugadores, bancos sin cajeros automáticos (perdón, sin cajeros humanos, que carajo, que les hace falta mas beneficios) etc.
Así visto el tema, cuando respondemos como animales a la zanahoria que se nos muestra, no podemos pensar en que progresamos demasiado como raza humana; pues, si bien es verdad que un producto puede llegar de manera directa al consumidor sin necesidad de que por el medio nadie intervenga, la cuestión está en resolver si esa desaparición de tal control, que intermedia en cualquier problema, responde al mejor fin de acabar con una inflación de especulación o, por el contrario, da alas a los que ya tienen la fuerza de una gran posesión, para imponer su criterio de no repartir su ganancia con ni Dios (desde el uno que les cuesta hasta el cien del consumidor); es decir, ¡todo para mí!.
Esto viene al caso porque ayer me quisieron suscribir, telefónicamente, a un periódico nacional d_el país, ¿cuál será?, con un seductor descuento promocional; y yo pensé, automáticamente, en Ico, mi amigo del kiosco, y en su comisión de venta, por la que cada día está, desde mas temprano que los demás, en su puesto; al que también nos encontramos en su local los sábados y domingos de “todo, todo, todo el año, tan todo que parece el todo de nunca acabar”, incluso en los meses de verano, y que solo falta a su cita los días en que no se editan los diarios; por supuesto, sin moscosos ni fiestas de guardar; y por si fuera poco, además, Javier, con su espléndida Rosa al lado, dando vidilla a su barrio. Pero Javier no parece importar al mundo de los extremos que se quieren tocar, y a él, junto al resto de autónomos, el sistema económico se los quiere cargar; eso sí, de forma sibilina. No se dan cuenta de lo importante que es el hombre del kiosco para todos sus clientes; porque sin él, el acto casi religioso de muchos cuando acuden a su kiosco los domingos, para recibir sus bromas o comentarios junto con el periódico, sería como la misa de ese mismo día sin sacerdote y sin formas. Aunque no lo proclame el gran management, cuando la persona que media en la venta es humana, no dejará nunca de ser mucho mas atrayente para el público que cualquier descuento, por mucho que algún poder esotérico quiera quitarlo de su medio; así, Javier, Ico para los amigos, seguirá batallando a lomos de su caballo por las tierras de Amoeiro contra nuevos gigantes que soplan estos vientos extremos; y yo que siga siendo su cliente. Amén.
Moncho Conde-Corbal (23 de febrero de 2005)
1 comentario en “A Ico, el kioskero”
Ay.. Moncho.. te lo tomas todo tan.. a pecho ..
De donde no hay, no se puede sacar, ya sabes que ese, es un imutable principio de estricta y esencial realidad
Aunque bueno.. tengo entendido que la clerigalla sostiene otro criterio.. aunque nunca en mi presencia, no vaya a ser que lo refute con la aplastante e inmisericorde contundencia, que sabes me acompaña sienpre, digamos que cuando actuo en directo