Siempre tuve ganas de explicar una práctica y comportamiento habitual en las gentes que viven de los muertos ilustres o grandes. En torno a literatos, filósofos, e incluso poetas bohemios y muertos de hambre por la falta de empatía de sus contemporáneos, crean empresas de reivindicación y ensalzamiento de la cultura, aquellos que ven ahí la oportunidad que les niega su mediocridad y mangancia. La mangancia es propia de personas que encuentran un motivo fácil de vender al político ignorante, que, al grito ¿quién compraaaa?, acuden raudos para ponerse la medalla que les valide ante el electorado como menos burros que el asno del fraile que está haciendo actualmente el peregrinaje desde Holanda a pie. El motivo es eufemístico. Generalmente ni les preocupa quien ha sido quién verdaderamente sino la apariencia y grandilocuencia del personaje del que aprovecharse para echar a andar la maquinaria empresarial: cursos, talleres, libros, homenajes, premios, concursos, esculturas, audiovisuales, recitales, programas de televisión, asociaciones y lo que se ponga por delante para hacer de Maguncia Magancia.
¿Por qué Maguncia? Porque el filósofo se refirió a la gran catedral para explicar cómo es tapada por casas construidas a su alrededor y junto a ella que no permite verse entera. Dice Schpenahuer que de las cosas grandes y bellas pronto abusan de ellas la necesidad, que se les acerca desde todos los lados con el fin de apoyarse en ellas, y así las tapa y estropea. Y la ‘mangancia’ de la que hablo yo es esta gente que instrumentaliza en su favor lo que debería existir por sí mismo. Pero valga esta referencia a la catedral para volver sobre una cuestión ourensana de hace años donde un pelotacito reconstruyó una casa ampliando metros enfrente de la fachada oeste de nuestra catedral; la oportunidad perdida para despejar esta fachada y mostrarla a la vista del ciudadano fue apoyada por un argumento falaz de respeto a la tradición urbanística de las casas que la aprisionan. Qué se le va a hacer.
Pues bien, en toda esta fea práctica tiene mucho que ver las instituciones que han sido fundadas para mantener y fomentar el saber humano y los esfuerzos intelectuales que ennoblecen nuestra especie, siguiendo nuevamente al filósofo. Dice el, que no pasa mucho tiempo sin que se aproximen subrepticiamente a ellas las necesidades animales y groseras, para apoderarse, bajo apariencia de querer servir a tales fines, de los dineros asignados para ellos. Vemos continuamente como surgen Grupos y otros elementos individuales que bajo la apariencia de amar el saber y el conocimiento se arriman a Xuntas, Diputaciones y/o Ayuntamientos para armar su negocio de dineros públicos, con el único esfuerzo de aplicar otro conocimiento mucho mas mendaz que es saber del pie que cojea el político de turno que ignora lo que vale cada propuesta. Despreocuparse de la cosa misma y esforzarse a favor de ella únicamente en apariencia, con vistas a los fines propios, que son personales, egoístas y materiales; qué contundentemente lo dijo Schopenhauer ¿verdad? Pues nada, que siga Mangancia cargándose cualquier Maguncia nueva.
Moncho Conde-Corbal (27/01/2016)