Ante tanta estupidez, comenzando por la mía, la confusión me lanza al aire dando vueltas y giro y giro hasta el mareo. Revuelven mis dudas sobre el futuro las tripas del presente y por ello lo primero que me tomo es un almax de tranquilidad para no tirar la toalla en pos de la honradez. Y es que ya supera cualquier estómago no agradecido el nivel de salsa corruptela que mancha aquí y mancha allá, por dentro y fuera, ya que no dejan de salir casos y más casos de gente importante (ahora le toca a un delegado de gobierno), que ha sido abrazada por el poder y a la que le han lanzado besos de halagos durante años por su influencia, que donde dije ‘honradez’ ‘toma comisión por debajo de la mesa’, donde dije ‘servicio para el pueblo’ ‘a tomar por viento, pueblo, que no te enteras’, donde dije ‘lo que importa es la ciudadanía’ ‘toma bolsa pública de la ciudadanía, métela en el bolsillo y corre’.
De todo pelaje y condición, el poder corruptor no parece que haya dejado a nadie incólume, pero eso parece no importar demasiado en la negociación a babor y estribor que las naos de los partidos están llevando a cabo por las procelosas aguas de la política. Lo que importa, y a muchos más de los necesarios para la discrepancia, son las formas, o sea las maneras con que se conducen unos y otros. Los correctos son los buenos aunque las hagan de todos los colores por debajo y los incorrectos aquellos que vociferan más de la cuenta y un tanto estrafalarios a pesar de que no hayan metido nunca un palo en las ruedas de sus semejantes y proponen algunas soluciones certeras. El debate para algunos está en cuidar esas formas sin percatarse que detrás del sapo está el príncipe, o detrás del yernísimo de un monarca está el golfo mayor del reino. Sí, parece un cuento de ejemplo cuyo título es La princesa y el sapo, pero no lo es, y si no a esperar el juicio de Urdangarín para meter el dedo de Tomás en el agujero de la cuestión.