Hay quien quiere fiesta para desmadrarse un rato. Hay quien la quiere para lo contrario, guardarse precisamente de ella durante ese mismo rato. Entre los segundos me encuentro hoy. Tirado en la cama, con la imaginación escribiéndome imágenes del pasado y del futuro inconexo, absurdo, irracional, cual si tumbado me penetrara una cueva duermevela donde la caverna fuera un mundo de sombras que guardo en mi cabeza. Despierto, entonces, pensando en el dos más dos cotidiano, con los problemas de sumas y restas económicas del negocio, las relaciones derivadas o amores que navegan entre dos aguas, de ríos necesarios o ríos revueltos de cansancio, porque el trabajo se extiende más allá de la frontera de mínimo salario. Siento después que hay demasiado imbécil atesorando otros negocios, eso sí fraudulentos o explotadores, donde el festivo ya no es porque todos los días se levantan sin tener que ganarse el garbanzo más allá que el simple palo a dar, o estar poseído de un puesto que alguien regaló hace mucho tiempo, tanto, tanto tiempo que ya se olvidaron de que algún día pensaron lo difícil que era ganarse la vida. Siguen los pensamientos jugando entre las sábanas que esta tarde me han envuelto de soledad amada, tranquila, relajada, soledad necesaria para volver al tajo diario donde ganarse el pan quita hambre y la manta quita frío vecino; pero esto será mañana, ahora, de momento, sigo distraído entre el sueño y mis libros. No está mal de vez en cuando hacerse una paja mental, ¿verdad?