Verano calentito. Demasiados fuegos asolando la provincia. Desde un campeón fuego por hectáreas calcinadas en Cualedro hasta otro Número Uno por insistencia en ser prendido en distintos focos alrededor de la capital, pasando por medianos que ya no son noticia al ser vestimenta habitual veraniega. Fuegos provocados por bastante incendiario suelto para tan poco desbrozo vegetal y demasiado desbrozo de inteligencia o voluntad en la responsabilidad política para preverlos. Pudiera parecer como si el Moisés gobernante no quisiera escuchar la voz que clama desde la zarza ardiente por temor a un compromiso con el pueblo que le obliga a dejar su retiro plácido de despacho y enfrentarse a algún peligro.
Pero si estos demonios flamígeros que calcinan la naturaleza nos queman por fuera (a la vista de cualquiera se muestran las quejosas señales de humo que levanta la superficie agredida), hay fuegos que nos queman algo por dentro. Son determinados fuegos de artificio que fabrica la pirotecnia política para distraernos con su apariencia de fiesta. Fuegos falsos y fatuos. Fuegos artificiales que duran escasos momentos, porque están hechos para abrir la boca de admiración del convocado a la puntual explosión de luz y color, y que, precisamente porque vivir con la boca abierta permanentemente no resulta natural, dura lo que dura cualquier chispa, humo, llama pirotécnica o bomba de palenque. Sin duda, son fuegos que gustan al político que los fabrica porque tienen una finalidad lúdica y de espectáculo que distrae la atención del ciudadano de la realidad cruda o conciencia que, como decía el principito de Saint-Exupéry, es una cosa olvidada; o sea, fuegos de apariencia para conquistar sentimentalmente al ciudadano y crearse una buena reputación, pero ciertamente peligrosos porque quien juega con fuego se puede quemar, y no quiero pensar en las continuas víctimas mortales de la industria pirotécnica.
Pues bien, dado que el mundo de la apariencia es lo que mueve las voluntades –ya lo decía Maquiavelo ‘todos ven lo que pareces y pocos palpan lo que eres’- me da la impresión de estar asistiendo a una política de juegos pirotécnicos con el fin de inclinar la emoción favorable a la reputación destellante, siendo algunos de los dispositivos pirotécnicos utilizados para tal celebración colectiva los siguientes: Alejandro Sanz, COB, Vuelta a España, Manzaneda, Ourensanía, Capital Termal, Patrimonio de la Humanidad, CUMIOU, Ágora empresarial, Transparencia, Numerología, etc. Mientras suceden estas chispas, mi conciencia dialoga con el monte que se quema, la despoblación y/o población envejecida, repunte de la emigración, ratio económico a la cola, paro que no para, concellos mínimos sin atisbo de fusión, etc., amén de cierta competencia ominosa y desleal desde lo público a pequeñas empresas y autónomos que la sufren sin mano limosnera a la puerta de la iglesia u Organismo correspondiente (dejen de regalar ya cursos, talleres, ocio y demás actividades que compiten con negocios legales que no pueden regalar su trabajo porque ‘comen’ y el dinero no les viene de ningún oficial y ‘nada caballero’ presupuesto).
Tal vez sea que mi pesimista conciencia provenga de aquel cuento provinciano que trataba de coches eléctricos en circuitos automovilísticos que con mucha imaginación sobrevolaban aeropuertos limianos y demás literatura infantil, y que ya me coge algo mayor; pero, en fin, en el peor de los casos, si tiene que seguir habiendo fuegos en Ourense, mejor que sean los artificiales que los que queman nuestra naturaleza, que ésta sí, ésta necesita con urgencia del mejor y real Plan Provincial que se precie, aunque no se vea (aparentemente).
Moncho Conde-Corbal (19/09/2015)
1 comentario en “Fuegos: reales y artificiales”
Aplausos aplausos.