En los estertores del verano ha llegado el mejor cielo de la temporada por lo que no es extraño volver a la playa en cuánto se puede. Pues bien, ahí estaba yo el sábado pasado cuando a mi lado un trío de dos hombres y una mujer, desinhibidos en el tono de la conversación mientras manejaban sus teléfonos buscando datos que se pasaban como si sus bocas fueran simples altavoces, me desviaron la atención del papel a ese otro libro oral abierto; escuché, créanme que sin necesidad de poner la oreja, entre otras cosas, cómo se preguntaron mutuamente cuándo era el día del Pilar, calculando equivocadamente el mes de noviembre aunque en distinto día, por lo que decidieron consultar al sabio profesor Google. Los muchachos manejaban los aparatos como podemos manejar cualquiera de mi generación un lápiz, tan fácilmente, a pesar de tanta ‘aplicación e información abierta’, que me sentí por un momento verdadero analfabeto; hasta la aparición del doce de octubre, ¡bendito día del Pilar!, que resultó como voto de confianza a mí alfabetización, al tiempo que disparó el contrario hacia el tipo de progreso de conocimiento que proporcionan los dispositivos modernos, que más bien parece vayan a externalizar cerebros.
Durante el tiempo ante las pantallas, dicen los expertos, el proceso de atención sostenida lo realiza el aparato y los niños no tienen que hacer nada; sin embargo, con la lectura, juegos tradicionales, jugar en campamentos de verano, simplemente atendiendo las explicaciones del profesor, aprenden y maduran en este proceso tan importante de prestar atención. Así que Xunta, papás y demás animadores del uso de estos aparatos en la infancia, ¡ojo!, no vaya a ser que la obesidad, agresividad o falta de sueño no sean las únicas consecuencias del abuso de ellos; todo en su justa medida, que diría el Estagirita.