Ahora que por primera vez aparece la traducción íntegra en español de Finnegans Wake (Ed. El Cuenco de plata) realizada con esmero y brillantez, según dicen, por Marcelo Zabaloy, no está de más recordar lo que de esta novela (y del resto de sus ficciones) manifestaba con cierta jactancia James Joyce: “La petición que le hago a mi lector es que dedique su vida entera a leer mi obra”. Hasta hoy habían aparecido traducciones incompletas: en Lumen, en 1993, Víctor Pozanco se atrevió con una versión resumida que, según los entendidos, deja mucho que desear y en 1992 Francisco García Tortosa (uno de los traductores de Ulises en Cátedra) tradujo el capítulo Anna Livia Plurabelle, en la misma editorial. En 1923 James Joyce acomete la escritura de esta obra a la que pronto denominará “el monstruo”. Y que, salvo casos aislados, produce rechazo entre los críticos y los afines a Joyce. Según explica en un minucioso artículo de Revista de Libros Ismael Belda, que alaba sin fisuras la traducción de Zabaloy, las diatribas con respecto a Finnegans Wake de aquellos que habían considerado Ulises una obra maestra, seguramente desalentarían a Joyce, un escritor ya vencido hacia el alcoholismo y en los últimos años de su vida. Su valedor Ezra Pound no se anda con bromas ni paños calientes: “Nada excepto una visión divina o una cura para la gonorrea podría justificar de ninguna manera semejante periferización circunvalante” (frase que también tiene su aquel). Stanislaus, el hermano de Joyce, un firme admirador de las obras de James, sospecha que parecía que el cerebro de Joyce fallaba y H. G. Wells dice no hallar placer alguno en su lectura: son algunas muestras del escaso o nulo entusiasmo que Finnegans Wake despertó entre los lectores. En el artículo de Revista de Libros, Belda arriesga la posibilidad de encontrar un argumento para la novela que a tantos otros les resultó abstrusa e impenetrable. No debemos dar de lado a ese mismo intento efectuado por Domingo García Sabell en el libro Ensaios (Galaxia, 1963) y en el cual dedica un artículo titulado James Joyce i (sic) a loita pola comunicación total en el que aventura igualmente la trama de la última obra de Joyce aunque, como indica Belda, podría dicha ¿novela? tener tantos argumentos y exégesis como lectores. Mis intentos (con el texto de Pozanco) de internarme en esa prosa fueron siempre infructuosos pese a mi devoción por el resto de la literatura de Joyce. Leyéndola, se me vino a la cabeza una noticia aparecida en un periódico hace un par de años que daba cuenta de que una bodega había inventado para un vino de Jumilla una contraetiqueta que parodiaba las contraetiquetas clásicas de los vinos en las que se habla de taninos, frutas, maderas, efectos retronasales y demás parafernalia. Ridiculizando esos textos, la contraetiqueta del Jumilla, tras los tópicos habituales, señalaba: “Como si te digo que unos leperos vampiros, de buena familia, lo recolectan solo en noches de apareamiento del cernícalo real mientras escuchan a Chiquetete.” Pues eso, por ahí van los tiros. A la espera de la traducción de Zabaloy, parece ser Finnegans Wake un enorme contrasentido, un inmenso caos que acaso sólo tuviese coherencia en la cabeza de Joyce, y, quién sabe, tal vez no anduviese desencaminado el irlandés cuando refiriéndose a dicha ficción diagnosticó: “Puede que esté fuera de la literatura ahora, pero su futuro está dentro de la literatura”. Cierto es que muchas obras fueron disfrutadas años después de su aparición y no es insólito que cuando algo nuevo y complicado surge, necesite de un tiempo de adaptación a la espera de que encuentre a ese lector ya formado para entender cabalmente la novedad. De momento, parece ser que aún no haya llegado ese tiempo de consolidación de dicha novela. En un intercambio de correos electrónicos entre John Banville y Pierre Lemaitre, en los que hablan de libros y otras vicisitudes en el suplemento Babelia de El País, Banville se la pone a huevo al francés al escribir: “Una novela, incluso Finnegans Wake, tiene un principio, un desarrollo y un final”. Lemaitre, elegante, mordaz y humorístico, manifiesta en su último correo, entre otras cosas, lo siguiente: “Concluiré con la alegría de saber que pronto me mostrará usted donde se encuentra en Finnegans Wake el desarrollo (el principio y el final me parecen un poco menos difíciles…)”. Lo cual quiere decir que hincarle el diente a lo que llamó James Joyce “work in progress”, adentrarse en el aparente marasmo de Finnegans Wake sigue siendo un reto para cualquier lector en cualquier lengua. Ojalá la traducción de Zabaloy nos ayude a los que leemos en español a despejar, en la medida de lo posible, los secretos (o algunos de ellos, al menos) de esa obra singular.