Aunque reconozco que mi debilidad entre los escritores que aún no tienen la repercusión que se merecen y que cité en mi artículo Literatura de superficie, es la obra de Javier Pastor (Madrid, 1962). No añado más datos al nombre porque es eso lo que escuetamente y por propia voluntad consigna Pastor en la solapa de sus tres novelas publicadas hasta hoy. Quizá el hecho de que nos hurte más datos (esos datos que suelen nutrir las solapas y que en general son absolutamente prescindibles) hable también de su vocación de ser un novelista apartado de los circuitos, constreñido a una labor silenciosa y diaria que lo ha llevado a escribir tres novelas fuera de lo común.
La primera de ellas, de finales de los años 90 del pasado siglo, se titula Fragmenta y apareció en la Editorial Lumen. Una irrupción novela impecable en la que Javier Pastor ya experimenta con una nueva forma de acercarse al género narrativo (quizá posteriormente la llamada generación nocilla llegase por otros caminos al tipo de escritura que diez años antes había intentado Javier Pastor). En Fragmenta ya está el cuidadoso trato que el autor hace de la lengua, una historia lineal con saltos temporales narrada desde criterios novedosos, la multiplicidad de los recursos narrativos y una riqueza de lenguaje fuera de lo común. Una riqueza de lenguaje que Pastor lleva hasta insólitos extremos en su siguiente novela, Esa ciudad (Editorial Bruguera, 2005) que, en mi opinión, es la mejor novela española publicada en lo que va de siglo. Haciendo constar la salvedad de que no soy un devorador de novelas, acaso incurra en un exceso pero sé que ese juicio no es del todo erróneo. Esa ciudad es su novela más extensa (alrededor de 500 páginas) y, a la vez la más densa, la más compleja; en ella como en la precedente y en la posterior, Javier Pastor no hace ningún tipo de concesiones al lector y sigue el camino mostrado en Fragmenta pero de una forma más profunda. El ingenio que muestra en ella (un ingenio sin alardes) me hizo recordar páginas de Cervantes y de Sterne y de Gadda. Los juegos de palabras, el dominio del lenguaje, remiten a Joyce o a Georges Perec. Hay mucha literatura en la literatura de Pastor pero por encima de esas influencias, hay una literatura propia, singular, que no se parece a la de nadie. El estilo de Javier Pastor es inconfundible. Aunque puede decirse de otros autores mediocres, la siguiente frase no es peyorativa: uno lee una página y sabe de inmediato que esa página es de Pastor. No se parece a nadie salvo a sí mismo.
En 2009, ya en la editorial Mondadori, Javier Pastor publica lo que hasta el momento es su última novela, Mate jaque. Mate jaque, leyeron bien. La literatura también como juego, por qué no. Una novela corta, apenas 100 páginas, donde disecciona con inteligencia, humor, sarcasmo, la relación entre un hombre y una mujer. Recurre al juego del doble, o, mejor, a mostrarnos los conflictos de los personajes desde puntos de vista contrarios. Cuando Pastor escribe lo hace de una forma obsesiva, hasta agotar el material que tiene entre manos. Tanto en Fragmenta, como en Esa ciudad, como en Mate jaque, se advierte de inmediato que el autor se entrega a una necesidad real de escribir, a una obra que lo reclama y a la que él le proporciona un talento excepcional, un castellano fuera de lo común (conozco pocos escritores, casi ninguno, que lo lleve a tal extremo, a tal virtuosismo exento de pedantería ni que tenga, creo yo, un vocabulario tan extraordinario), unos recursos novelísticos sorprendentes y un humor socarrón y escéptico que lo hacen inconfundible. Javier Pastor nunca es desigual: siempre raya en una dolorosa perfección para los escritores que lo leemos. Debe de ser eso que llaman “sana envidia” y que a mí, si no envidia, sí que me provoca la frase siguiente: “Qué de puta madre escribe este hombre. ¿Cómo se puede ser tan bueno?”.
Si algo me queda añadir de la literatura de Javier Pastor es que he vuelto, como una necesidad, a releer sus novelas. Más de una vez. Y que Esa ciudad para mí sigue siendo una referencia imprescindible, una novela de la que siempre aprendes a la hora de leer y, sobre todo, a la hora de narrar.
Creo que ha quedado clara mi debilidad por la literatura de este hombre, de Javier Pastor. Y creo también que, en este caso, quienes se acerquen a su literatura terminarán compartiendo mi entusiasmo. No son sus novelas libros de horas muertas, de no sé qué hacer y voy a abrir uno de sus libros. La literatura de Pastor requiere concentración, atención, silencio o algo de música, si tiene a mano un vaso de whisky o de vino mejor y siempre, siempre, un diccionario. Quedan advertidos.