A Germán Sierra
Germán Sierra es un escritor coruñés que imparte clases de Bioquímica en la universidad de Santiago, investigador en el área de la neurociencia y autor de varios libros entre los cuales pude disfrutar de La felicidad no da el dinero, Efectos secundarios, Intente usar otras palabras, Alto voltaje y Standards. Enfáticamente afirmo que todos ellos son excelentes. Como los intereses de Germán son múltiples, recomiendo una visita a su página web, en la que escribe acerca de ciencia, de literatura y de otros asuntos de importancia. Hecha la semblanza, sucinta, de Germán Sierra, leí recientemente una entrevista que le hicieron en la revista El Duende que se titulaba, creo recordar, Del papel al mando, en la que se le preguntaba a Sierra acerca del mundo de los videojuegos y su relación con la literatura. Una de las preguntas era la siguiente:
Hablando de Farenheit 451, ¿crees que algún día desaparecerán los libros y se impondrán los videojuegos?
La respuesta de Germán Sierra Paredes fue la siguiente: “En absoluto. Los medios no se sustituyen unos a otros. Ciertas tecnologías de reproducción pueden desaparecer, o volverse obsoletas o minoritarias, pero los libros seguirán siendo libros, en papel, en una pantalla o en cualquier otro tipo de soporte.”
Estando absolutamente de acuerdo con las apreciaciones que el escritor coruñés hace a lo largo de la entrevista, sobre todo en asuntos en los que Sierra es un experto y yo un cavernícola (los diez años que nos separan son una eternidad en mi caso), sus palabras “pero los libros seguirán siendo libros, en papel, en una pantalla o en cualquier tipo de soporte”, han alimentado esa certeza que tengo de que un día los libros desaparecerán en su formato de papel y ello, a este escribidor aferrado aún a reglas caducas, le inflige una cierta melancolía. Qué quieren que les diga: el día en el que uno no pueda entrar en una librería y hojear los volúmenes, particularmente habré perdido algo; el día en que no pueda oler la tinta del papel habré perdido algo y el día en que ya no se escuche el roce de una página al ser pasada habré perdido algo. Y habré perdido algo cuando no adquiera un ejemplar de segunda mano que tiene el ex libris de alguien que lo poseyó en otro tiempo. Y ese algo será para mí irreparable. Sé que no es un punto de vista realista pero a estas alturas estoy hecho a esos pequeños placeres, al ruido de la página al pasarla, al olor del papel recién impreso, a coger un bolígrafo y anotar en los márgenes algunas ideas que me surgen mientras voy leyendo, apuntar palabras cuyo significado desconozco o subrayar frases que me llaman la atención. Aunque no dispondré de tiempo ni de voluntad para hacerlo, a veces tengo la tentación de coger uno a uno los libros que poseo e ir anotando las frases que subrayé en ellos porque han conformado mi forma de entender el mundo y la vida y en ocasiones sirvieron de epígrafes para lo que he escrito. A lo mejor es que, como dice el mismo Germán en Alto voltaje “lo perfecto no soporta la supervivencia y suspira por la extinción”: quizá el libro, un hallazgo perfecto, esté suspirando ya por su extinción. Germán Sierra tiene razón (y otros que opinan juiciosamente como él): el libro no desaparecerá pero la extinción del formato de papel me infligirá una herida que quizá pueda sobrellevar heroicamente porque a fin de cuentas desaparecieron las canicas, los soldados de plástico, las nieblas invernales del río Miño, los limpiabotas y otros oficios y no terminó la historia con ellos: simplemente se modificó. Pero sé que me va a resultar difícil adaptarme a un mundo en el que no pueda hablar con un librero acerca del libro que hojeo, a escuchar en el fervoroso silencio de la lectura el roce insignificante de la página al ser pasada y reconocer el olor de la tinta que es similar a lo que César Vallejo definió como “el dionisíaco hastío del café”, ese aroma matinal que pone en marcha la maquinaria de este cuerpo cada día más caduco. Como los libros de papel, por ejemplo.