Hace años un desequilibrado entró en un colegio francés y mató a varios alumnos: recuerdo al cabo del tiempo aquel rostro desencajado y como ausente, como si se preguntase qué relación había entre él y el asesino que había perpetrado la carnicería. Recuerdo también que la voz del locutor que relataba el suceso, hablaba del criminal como de un “escritor fracasado”.
Esa denominación la atribuí a la urgencia de la noticia, un desliz propio de quien utiliza las palabras sin pensar demasiado en ellas. Pero recientemente, releyendo la sobrevalorada novela 2666 de Roberto Bolaño, me encontré con esa misma denominación aplicada a un escritor que no tenía éxito con sus libros, que no vendía los ejemplares necesarios para salir del anonimato.
El éxito y el fracaso en cualquier actividad artística, son conceptos tan absolutamente relativos que es difícil aplicarlos sin error. ¿Era Bolaño, que ya tenía en su haber algunas excelentes novelas, un “escritor fracasado” antes de que el premio Herralde por su monumental Los detectives salvajes lo acercara a un público mayoritario? La historia de la literatura está plagada de escritores que si nos atenemos a los implacables números de sus ventas son escritores fracasados.
Cualquier acto que observemos, como cualquier libro que leamos, cualquier concierto que escuchemos, tiene siempre el doble valor del éxito y del fracaso que muchas veces la falta de perspectiva, otras veces la falta de inteligencia, no nos permite calibrar. Acaso quien no consigue el éxito social pero empeñó todo su esfuerzo, grande o pequeño, todo su talento, enorme o exiguo, nunca pueda ser catalogado de “fracasado”: el porvenir rectifica constantemente nuestras creencias. Hay autores que obtuvieron el Nóbel de Literatura hace cincuenta años y que hoy, transcurrido el tiempo inevitable, se nos antojan de segunda categoría, cuando en su época eran alabados como indispensables en el terreno literario. Y, contrariamente, escritores indispensables (evito citar nombres porque siempre acudimos a los mismos) fueron apartados del premio con una ceguera obstinada.
Es complicado juzgar determinados aspectos de la vida porque es ella misma quien establece parámetros distintos para catalogar el éxito y el fracaso. Hay quien parece fracasar a lo largo de su existencia y sólo después de que pasen los años, los presuntos fracasos anteriores componen una obra que recupera el valor que no supo discernirse en el instante de aparecer. La memoria intacta y el olvido fatal, determinan posteriormente y de forma inapelable el verdadero valor de cada acto. Somos, en el fondo, un proyecto de fracaso que a veces se incumple.