Lea libros, escuche música, visite las exposiciones: más aun: lea buenos libros, escuche buena música, visite las buenas exposiciones. No vote. Absténgase de acudir a mítines políticos, desconecte la televisión, no mire hacia atrás con nostalgia. Acérquese a la orilla de un mar solitario, atraviese pueblos abandonados, pasee por las zonas menos concurridas de su ciudad. No fomente las relaciones sociales, atrévase a estar a solas con sus sueños, abandone la funesta manía de ir a la moda. Huya de las homilías, de las profecías, de los augurios. Observe lo que le rodea. Ponga su amor en media docena de personas, esquive los uniformes, sáltese las convenciones, apártese de las masas. Cuando el cuerpo le pida vino, bébalo: a veces conviene pasar por la vida sin enterarse mucho de lo que ocurre a nuestro alrededor. Lea los periódicos para saber lo que no debe suceder nunca. Demórese en los cementerios. Crea en las historias de los boleros, de los tangos, de las rancheras: no son más falsas que otras páginas de los diarios. No piense nunca que el campanario de su pueblo es el más alto del mundo. Sueñe que vive en ciudades que no va a visitar jamás, no mire con desconfianza al extranjero porque todos somos extranjeros en tierra extraña, dice la Biblia.
Relea los libros buenos y escuche nuevamente la buena música, vuelva a acudir a las buenas exposiciones.Descrea de las verdades absolutas, de los salvadores, de los héroes: sus dictados nos llevan directamente a la catástrofe.La mano vencida que te insta en tu camino es tu propia mano. No crea en los grandes espectáculos, sobre todo, si los anuncian como “eventos”. Si el cuerpo le vuelve a pedir vino, bébalo, no renuncie nunca a ciertos placeres: si puede, como dijo el otro, derróchelos.
La grandilocuencia es una fatuidad: los consejos, como los que usted lee, también: no les haga caso. Bajo la apariencia de la solemnidad suelen esconderse los mayores imbéciles. (¿Quiere nombres?) Entréguese a los amores pasajeros e imposibles: son los que duran eternamente. Recele de las novelas que venden millones de ejemplares: recuerde cuántos grandes autores no alcanzaron sino ventas miserables de sus obras. Casi siempre la belleza está en lo oculto, en la sombra, en la miseria. Las sotanas suelen encerrar un luctuoso peligro, manténgase a la defensiva. Cualquier otro hábito religioso es igual de pernicioso que el antes citado. Y sin embargo, no rehuya las catedrales, los templos, las pagodas, las mezquitas, las iglesias, su olor de eternidad e historia (aunque sea rancia con frecuencia).
Las tabernas antes que los restaurantes, los acantilados antes que las playas, los bosques antes que los parques, el silencio antes que la palabra mal dicha: casi todas las palabras están de más. Sea capaz de ver en una telaraña el entramado del universo: el rocío, la estrella, la paciencia, la vida, el exterminio. Cuando el mundo se le hunda como un barco cargado de petróleo, abra un libro de poesía: conviene memorizar algunos poemas para los instantes de desasosiego y recitarlos como quien recita las oraciones de su infancia mecánicamente: pasear repitiendo esos versos ayuda a no perder de vista lo esencial de la vida, su hermosa fugacidad. Las causas perdidas son las mejores causas, las que nunca se ganan.
Conviene blasfemar de vez en cuando, borrar la sonrisa de compromiso, cagarse en lo que detesta: para lances versallescos ya están los parlamentarios. Para recuperarse de la derrota, que no del fracaso, vuelva usted a beber. Si al final entiende algo de la vida, es cuestión de empezar de nuevo: la vida no debe entenderse: debe beberse a sorbos demorados. Nada de lo anterior es cierto, se lo juro.