as ves antes de que amanezca. Son como sombras, fantasmas que atraviesan las madrugadas con ingravidez de lejanas luces, cuando otros se refugian en sus casas después de unas horas de alcohol por las tascas de la ciudad. Ellas van silenciosas y uniformadas esquivando los restos de la noche, como si todavía el sueño les abatiera los párpados, como si su destino irremediable fuera ése: caminar en el reverso de la vida, en la cara b del día, esas canciones oscuras que uno escuchaba sólo al cabo del tiempo en aquellos singles de hace cuarenta años, sofaldadas bajo el éxito inmediato de la canción de la cara a. Apenas reparamos en ellas, en esas mujeres, con quienes nos cruzamos cada mañana como si fuesen parte de una geografía tan conocida que no es necesario poner en ellas la mirada. Esas mujeres. Esas mujeres que sostienen el mundo incipiente con sus manos y recogen en cubos la suciedad de la noche, adecentan con sus fregonas el escenario del nuevo día, abrillantan con los locales donde más tarde entraremos sin percatarnos de que unas manos anónimas trabajaron para nosotros. Reinas de las sombras, ahí están, día tras día, confeccionando la mañana como tejedoras incansables, semana tras semana, mes tras mes, año tras año: arañas invisibles de las que sólo vemos el resultado de sus telas. No les dedicamos una palabra de agradecimiento, un gesto de ternura, una ojeada cómplice. Si ellas no estuvieran les aseguro que el mundo sería un pozo maloliente. Ponen en su trabajo una dedicación enfermiza, maquinalmente arreglan lo que nosotros deterioramos. Y después regresan a sus casas y prosiguen esa faena incansable: limpiar el piso, planchar, pasar la aspiradora, hacer la comida, fregar los cacharros. Tareas de sumisión que nunca se reflejan en los artículos, en las novelas, en las noticias. Si una mañana no ejecutaran su trabajo nos encontraríamos al amanecer sin reconocer la ciudad, sin saber adónde dirigirnos: las echaríamos en falta porque todo andaría manga por hombro y el suelo sería un vertedero de colillas, de servilletas, de botellas vacías, de vómitos, de inmundicia. Son como sombras, como fantasmas. Como tejedoras homéricas que no cesan en su infatigable labor de recrear la vida matinal: artistas de un trabajo que hay que recomenzar todos los días, estés alegre o triste, agotada o descansada, sana o enferma. Eso no importa. Hay que seguir. Y ellas siguen, desde antes del amanecer, recomponiendo el puzle de nuestras vidas. Después amontonan sus instrumentos de trabajo, se despojan de la bata, entran en un bar vacío y beben un café, fuman un cigarrillo: las miras a los ojos y tienen en ellos almacenada toda la tristeza del mundo, la tristeza de nuestros desperdicios.
ANTES DEL AMANECER
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CHESI
CHESI
José María Pérez Álvarez,"Chesi", escribió"Nembrot" y"Cabo de Hornos", novelas espléndidas y aplaudidas desde la crítica como alta literatura contemporánea española. Anteriormente,"Las Estaciones de la Muerte" y"Un montón de años tristes", suponen para los ourensanos una vivencia especial al situar su acción en la capital y el Liceo. Su última novela,"La Soledad de las Vocales", simplemente, ¡extraordinaria!
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