Los animales nos representan. Los signos zodiacales de Aries, Tauro, Cáncer, Escorpio, Piscis y Leo están simbolizados por distintos animales en nuestra tradición. En la cultura china, todos son animales: dragón, serpiente, perro, cabra, mono, gallo, caballo, cerdo, ratón, buey, tigre, conejo.
¿Los animales nos representan o nos simbolizan? Nabokov era antes un perseguidor de lepidópteros que de palabras. Yo creo que prefería un raro ejemplar de mariposa a una frase perfecta. Insólitamente, consiguió ambas cosas. Existen numerosas obras clásicas que aluden a los animales y otras posteriores que los emplean como símbolos. La Biblia apela a distintos animales numerosas veces. Abrahám tiene que elegir entre una res y su hijo. El Rocinante del Quijote es indispensable en la novela y el rucio de Sancho Panza un enigma o un error deliberado del que se sigue hablando hoy.
Fátima Fortea elige los mundos submarinos que bien conoce desde sus islas Canarias de origen hasta las costas de Muxía. “Ás veces, cando estou nas illas e pecho os ollos, vexo Muxía. Outras, cando estou en Muxía e pecho os ollos, vexo as illas”, manifiesta. Porque, probablemente, los peces que ella pinta, que ella inventa, vaguen desde las islas a Muxía o viajen con ella de un lugar al otro. Un cuadro siempre está en el corazón del que lo pinta, como una enfermedad, como un designio. El arte es ese viaje infinito, casi sin escalas, un tránsito que no acaba nunca porque cuando uno cree haber hallado puerto o refugio, sabe que es indispensable proseguir, continuar la búsqueda. ”Son”, dice Fátima, “as correntes mariñas e os ventos que non unen”, eso que Juan Goytisolo denomina “la polinización” del arte, una influencia que enriquece las distintas expresiones desde puntos de vista dispersos y, en ocasiones, contradictorios. El arte no es orden. Surge siempre del desorden, del caos. Y lo mejor: no busca el orden sino investigar en el desorden.
Los peces no son los que están expuestos en lonjas o supermercados o acuarios sino los que llevan una vida errante por los fondos marinos a los que sólo acceden quienes se atrevan a aventurarse en lo que aún está por catalogar, por taxidermizar. Cuando algo se cataloga o se taxidermiza, inevitablemente empieza a pudrirse.
Fátima no cataloga: rescata de los fondos submarinos lo que es difícil de ver y nos lo muestra de esa forma particular en la que la artista contempla aquello en lo que los demás apenas reparamos, por indolencia o por miedo. Miramos sin ver, oímos sin escuchar.
El arte es siempre monstruosidad. La vida del pez es la vida del arte. Cuando un animal se aferra a las rocas, es mejillón, permanencia, sedentarismo. Y ahí es cuando el arte se transforma en costumbre. Los peces de Fátima Fortea siguen, incansables, su viaje hacia no se sabe dónde porque tampoco el arte sabe hacia dónde va, hacia Muxía, hacia las islas.
Y Fátima no se aferra a la roca, al sedentarismo, a la cómoda permanencia; al contrario, sigue su viaje cara a ningures, ese lugar sin cartografía donde el arte se revela como tal. Cómo no acompañar a Fátima en semejante viaje sin destino. Seamos capaces de emprender con ella semejante viaje hacia el caos, que es el mejor destino del arte. Acaso el único destino del arte.
(Escrito para catálogo de la artista Fátima Fortea)