Cosas de la ciencia y la tecnología: cada día es más caro y más difícil morirse. De verdad. Morirse e instalarse definitivamente en el olvido cuesta cada vez más. Antes uno moría, borrábamos de la agenda manuscrita su número de teléfono, si lo tenía, y de vez en cuando lo recordábamos, bien con afecto, si nos era querido, bien con desdén, si no existía un trato de confianza con el difunto. Hasta hace unos años he ido tachando de mi agenda manuscrita unos cuantos nombres, sus direcciones postales, sus números de teléfono. Ahora, la muerte se empeña como ese verso que modificó a su antojo Brassens: La mort, la mort, toujours recomencée, porque a los muertos los matamos varias veces, para borrar cualquier huella. No daré nombres porque sería innoble pero buscando en la agenda de mi teléfono móvil he dado con al menos tres personas que habían fallecido, una hace años, otra meses y otra recientemente. No crean: resulta bastante duro, con su punto de crueldad, dar de baja de la lista a personas con las que mantuvimos conversaciones y que se habían perpetuado ahí, escondidas en la tarjeta de un teléfono móvil. Me ocurrió lo mismo cuando recientemente envié a todos mis contactos del correo electrónico una comunicación de índole particular y me di cuenta de que en la avalancha de destinatarios iban los nombres de algunos fallecidos. No es insólito que, por costumbre, visites un blog de alguien que ha fallecido, des con un tuit de una persona que murió recientemente, repases en el teléfono móvil fotografías de quienes ya no están entre nosotros o accedas al facebook de quien ya no vive. Es como si te ensañaras de forma gratuita en rematar a esa persona, en enterrarla definitivamente, en borrar cualquier huella que haya dejado en tu vida. Ciertamente, antes uno era más joven y los muertos menos frecuentes; pero a medida que uno cumple años y tiene aparatos como iphones, teléfonos móviles, tabletas, el muerto asoma su sombra y se manifiesta en los oscuros rincones de la tecnología como en un programa de Iker Jiménez. Antes localizabas al muerto en ese álbum de fotos en las que posabas junto a compañeros, familiares y seres más o menos afines a ti; hoy, con esto de los selfies y las fotografías indeseadas de los móviles, apareces retratado junto a personas a las que no te importaría apuñalar si el asesinato no fuese descubierto nunca. Así pues, igual que en el verso que Georges Brassens tomó prestado de El cementerio marino de Valery, la muerte recomienza siempre, una y otra vez urde estrategias para que el fallecido deje una leve sombra de su paso por el mundo y acaso de esa manera se muera, parodiando a Antonio Colinas cuando habla de Venecia, un poco menos, o se muera un poco más tarde o, en todo caso, sea más difícil condenarlo al olvido al que todos estamos destinados. Muere, sí, pero citando de nuevo a Brassens, mais de mort lente, gradualmente, como declina una tarde de verano en Finisterre.
UN VERSO DE BRASSENS
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CHESI
CHESI
José María Pérez Álvarez,"Chesi", escribió"Nembrot" y"Cabo de Hornos", novelas espléndidas y aplaudidas desde la crítica como alta literatura contemporánea española. Anteriormente,"Las Estaciones de la Muerte" y"Un montón de años tristes", suponen para los ourensanos una vivencia especial al situar su acción en la capital y el Liceo. Su última novela,"La Soledad de las Vocales", simplemente, ¡extraordinaria!
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