Dios me perdone pero cada vez que viajo a Portugal me entran deseos de quemar iglesias. Amo ese país por razones que no tengo espacio (ni ganas de) para justificar. Si España es un país católico, desde el punto de vista de las encuestas, al lado de Portugal somos una nación de ateos. Es cierto que aquí tenemos santuarios, basílicas, capillas, monasterios, seminarios, petos de ánimas, cruces, estampas, procesiones, triduos, novenas, peregrinaciones, cenobios y un pandemonio (perdón) de manifestaciones religiosas: para todos los gustos y edades, épocas y ánimos (o desánimos). Pero lo de Portugal, particularmente el Portugal interior, sobrecoge a cualquiera. No es que tengan los mismos monumentos religiosos que nosotros: es que además tienen fachadas con mosaicos, pasos sacramentales en las esquinas y en todos los establecimientos, quieras que no, tropiezas con san Antonio, la virgen de Fátima, san Cristóbal, la virgen del noséqué y el niño Jesús. En Portugal no puedes dar un paso sin que te asalte la Iglesia como en algunas ciudades no puedes dar un paso sin esquivar una mierda de perro. La última vez que fui, Portugal seguía saturado de esas manifestaciones pero, además, se le había añadido otro afeite folclórico en el que no había reparado (o no existía) en ocasiones precedentes: las banderas portuguesas. En lugares públicos, en paseos, en casas particulares, en pensiones, en hoteles, en coches, en puentes. Quizá sea injusto pero a mí esa mezcla de banderas y religión me atemoriza (cosas de una lejana infancia): sé que si se le agrega un tercer elemento -el militar- cualquier país va a la ruina. (Bueno, a la vista de situación actual, para irse a la ruina un país no necesita ni banderas, ni religión ni militares). Teniendo en cuenta que los militares portugueses dieron lecciones de democracia bastante antes que los españoles, confío en que las exhumaciones de las banderas sean esa nota multicolor que hace que algunos sientan que su vida tiene sentido o, al menos, una patria. Y, claro, una selección nacional de fútbol que si no, ese país no existe. La religión quizá haga lo mismo: situarnos en un lugar en el mundo cuando todo parece desquiciado. Naturalmente que Portugal es mucho más que banderas y religión y fados. Portugal es, sobre todo, literatura: una de las literaturas más ricas que conozco. Y en el fondo me gusta ese fervor iconoclasta que despierta en mí cuando entro en tierras portuguesas: en vez de un fado me sale una blasfemia. Con todo, no pienso renunciar a pisar cuantas veces pueda una tierra por la que siento una debilidad que ni todos los santos celestiales son capaces de explicar razonablemente, aunque alguien dirá que es un milagro de san Antonio para un descreído. Estoy dispuesto a aceptarlo. Acredito.
PORTUGAL
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CHESI
CHESI
José María Pérez Álvarez,"Chesi", escribió"Nembrot" y"Cabo de Hornos", novelas espléndidas y aplaudidas desde la crítica como alta literatura contemporánea española. Anteriormente,"Las Estaciones de la Muerte" y"Un montón de años tristes", suponen para los ourensanos una vivencia especial al situar su acción en la capital y el Liceo. Su última novela,"La Soledad de las Vocales", simplemente, ¡extraordinaria!
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