A LEO ROVIRA
Estimado y extraño lector: En primer lugar detecto en su biografía unas características mentales que invalidan el grado de minusvalía que usted aduce en su declaración de la renta del ejercicio 2011: en dicho apartado 11 usted aplica un 85% cuando, leyendo el manuscrito que acompaña su datos fiscales, a ojo de buen cubero, yo elevaría ese porcentaje a un rotundo 100% sin ánimo de incordiar.
Por otra parte, consta su fecha de nacimiento: 1910 (apartado 10) y en el apartado 66, la de su cónyuge: 1962. ¿Qué son 48 años cuando hay amor? ¡Nada! Y más si, como usted declara en el apartado 67, la minusvalía su cónyuge alcanza un 75%, lo que me lleva a intuir que dada la diferencia entre el viejecito vacilón y la madura mujer, los hijos que figuran en la declaración, no todos atribuibles a una misma preñadora, atesorarán asimismo algún notorio grado de invalidez y/o minusvalía y más, si como se desprende de la declaración, los 8 miembros de la prole nacieron el mismo día y, espero por el bien de sus madres, de distintos años y diversos coños, único descubrimiento que me convierte en admirador de cierta parte secreta de su anatomía que bien debería asimismo desgravar dada su dedicación full time al hermoso asunto del fornicio. Como una familia feliz, dejando aparte a Tolstoi, lo es hasta grados paradisíacos, observo que tiene a su cargo un suegro con un 75% de minusvalía, una suegra con un 80% y un cuñado con un 90%. Me hago una idea clara de lo divertidísimas que deben ser las reuniones familiares suyas, señor Rovira. Le envidio, francamente. Pero, aunque sus hijos procedan de diversos vientres (y al catalogar su minusvalía no sé si proceden de vientre humano o de animal irracional) veo que convive con su legítima y que declara como bien inmueble a una hija casada. Señor Rovira, vayamos al grano: ¿qué cojones entiende usted por bienes inmuebles? Ni siquiera sus dientes postizos son tales.
Sus actividades de vendedor ambulante de lencería fina, casan perfectamente con la sutilidad de su cerebro y lo que me extraña es que no haya confesado a estas alturas que convive usted igualmente con una muñeca hinchable (con una minusvalía de un 30% es decir, la más normal de todos los miembros de la tribu) y una iguana bipolar.
Bien, un grupo de brillantes y sesudos inspectores de la Agencia Tributaria han examinado su declaración de la renta: no le sale a devolver pero tampoco a pagar. Más aún, ruegan, a través de mí, que no vuelva a hacer usted jamás la declaración de renta y afirman que queda usted excluido por ley de dicho impuesto que sólo atañe a vertebrados racionales, categoría en la que usted está casi casi al límite de ingresar. La carta que acompaña a su declaración no me sorprende en exceso: los críticos hacen cosas similares: decir que leyeron lo que no leyeron y atribuir a un autor cosas que no le son propias. A mí, en concreto, a día de hoy nadie me ha reconocido la autoría del Ulises, En busca del tiempo perdido y El proceso, cuya brillantez otorgan a mindundis irlandeses, franceses y checos. A cambio, usted insinúa que yo escribí algo intitulado Orballa en tempos chuvieiros, título que sólo estoy dispuesto a atribuirme si varía en tiempo verbal orballa por el sustantivo caralla.
En la medida en la que he podido he cumplido con su petición; tal vez no con el éxito que usted deseaba pero piense que yo nunca le había hecho la declaración de renta a la familia Monster ni a la Ruiz Mateos y el asunto es bastante más complejo de lo que yo sospechaba. Pero puedo asegurarle que debe descansar tranquilo: ninguna investigación fiscal alterará la rutina de su centenaria próstata (si aún la posee), el notorio desequilibrio mental de su vasta familia ni el mundo fetichista en el que orean las bragas que usted vende al por mayor.
Le ruego encarecidamente que para sucesivas declaraciones del IRPF telefonee directamente al 112 o acuda a una gestoría. Por lo demás, ha sido un placer compartir con tan ilustrado miembro de los chamarileros unos minutos de solaz. Reciba, a la par que una coz en sus partes pudendas, el abrazo no exageradamente cariñoso, un si es no es distante, nada cordial pero elegantemente educado.
Con Dios, don Leo.
En Ourense, a mediados de junio de 2012