Querida Doris: hoy, por fin, me he decidido a escribirte a tu consultorio sentimental. Permíteme antes que nada, que te felicite por tu noventa aniversario, al tuyo propio me refiero, no al de la radio, decirte que estás muy guapa (aunque nunca te haya visto) y desearte que cumplas otros noventa más. A punto estube, estuve, de escribir ahiga pero no me suena aunque nunca te haiga, halla, aya, allá, aunque nunca te haya visto. Qué lío. Es igual. Lo importante es el asunto Y ahora, paso sin más dilación a exponerte el motivo de mi consulta. Hace una semana querida Doris, conocí a un hombre. ¡Qué hombre! Se llama Federico y aunque yo le llame Fede y a él no le moleste, no puedo por menos que recordar una canción de mi infancia que hablaba de Federico un borrico orejón que tiraba de un carro verde con asientos de algodón. Dirás tú qué tontería. Y no te falta razón, que rima con algodón. Debo decirte en mi descargo, que a mí el cuerpo me pide llamarle así, Fede, porque me parece más íntimo, más cercano como tu programa de radio, e incluso más oloroso y aromático ya que te escribo desde Galicia. Y hablando de cercanías e intimidades, que es a donde quería llegar, debo confesarte, aunque sea con rubor en la almejilla, mejilla perdón, que todavía no hemos llegado a…eso. Bueno, tú ya me entiendes. El caso es que Fede a veces me apabulla con demasiada insistencia-cosa que agradezco por otro lado (y lo de por otro lado no va con segundas)- y yo, la verdad, querida Doris, es que no quisiera perderlo por culpa de mi…indecisión. Por eso te escribo. Porque no sé qué hacer. Por un lado a mi me gustaría pero por otro, también. Pero ya sabes cómo es esta sociedad y me da miedo que me señalen por la calle con el dedo diciendo ahí va la fresca de Trini. Me da miedo que mi abuela me tache de pingo, de pendón. Y me da miedo que mi hermano, el párroco de la Asunción, me acuse de lúbrica, indecente, inmoral y putón verbenero amén de amenazarme con los fuegos del infierno y el sufrimiento eterno amén. Y ahí quería llegar porque, querida Doris, a mí me pica, me pica la curiosidad por algo que espero tú consideres tan natural como el tomate triturado o los berberechos al vapor con unas gotas de limón. Y si de natural te hablo, eso me lleva a lo natural de la naturaleza. De la naturaleza humana. De la naturaleza del hombre y sus circunstancias, unas pertinentes y otras, no tanto. Pero qué decir tiene, que naturaleza al fin y al cabo. Sin ir más lejos, el jueves, Fede, sin yo pedirle nada, apareció en la puerta del comercio donde trabajo, con una flor en el ojal, una sonrisa de oreja a oreja y un frasquito de cristal que ponía eau de parfun. ¿Y a que no adivinas de qué se trataba? Pues nada menos que de un frasquito de perfume. A mí, que nunca me habían regalado un frasquito a no ser de árnica para infusiones esporádicas, imagínate la ilusión que me hizo. Y es que Fede es un caballero. Un caballero de los que ya no quedan. Por eso querida Doris, necesito tu consejo para saber qué hacer en esos momentos en que se me acelera la respiración y el corazón se me desboca. En esos momentos en que se me obnubila la vista y se me nubla el sentido. En esos momentos en que, ay mamaiña querida, en que deseo ardientemente que me… Ya sé, ya sé, que vas a decirme que todo eso es muy natural e inherente al ser humano pero que una señorita como yo no debe ceder a los embates de alguien por muy caballero que sea y sin haber pasado antes por la vicaría. Me dirás que todo eso forma parte de un proceso de galanteo y madurez pero querida Doris, creo que ya he madurado lo suficiente si te digo que voy camino de los cincuenta y siete y que todavía tengo eso intacto, eso que se llama ilusión y ganas de…de vivir. Y si vas a decirme todo eso, casi prefiero que no lo hagas pero créeme cuando te digo que me encuentro en una encrucijada. ¿Qué hago Doris? Seguramente me dirás que aguante, que resista, que reserve mi flor para el momento de la recolección por el jardinero de mi jardín. Y lo admito. Aún a sabiendas de que ni la botánica, ni la floricultura son mis fuertes. A mí me gustaría que Fede, a la par que insistente fuese…no sé…un poco más decidido. Y eso que persistencia no le falta porque desde que lo conozco, y ya va para una semana, no deja de insistir en ponerme mirando a Cuenca o explicarme cómo se ora a la Meca. A mí me parecen tonterías propias de enamorado, frases hechas o cosas de hombres que ni tú ni yo acertaríamos a comprender porque ya sabes, Doris querida, que los hombres son esos seres maravillosos que nos alegran la vida y que nos hacen sentirnos mujeres aunque nos rasquen con la barba y nos pinchen con el bigote. Son esos brutos indefensos, primarios y predecibles que envían por delante el periscopio y luego…ya se verá. No sé si me entiendes con lo de periscopio porque yo a veces utilizo tantas metáforas que me pierdo irremisiblemente. Espero que sí porque en caso contrario, no podría ser más explícita teniendo en cuenta que estamos en horario infantil. Hace apenas unas horas, Fede, me atacó con un ramo de violetas y una caja de bombones de licor. Me miró embelesado, me ciñó el talle con vigor y a punto estuvo de comerme los morros si no fuera porque entre nosotros se interpuso una llamada inoportuna a su móvil. Te juro querida Doris, en aquel momento sublime de amor verdadero, perdí la cabeza con la perrecha desquiciada, perdón, perdón, y le supliqué rendida a sus encantos ¡hazme toya tuda! Créeme cuando te digo que a Fede le dio la risa y me dijo que otro día mientras se le partía el pecho a carcajadas. No lo entiendo. Hombres. En cualquier caso, Doris querida ¿qué debo hacer?
El consultorio de Doris
Comparte esta noticia:
Facebook
Twitter
LinkedIn
WhatsApp
Email
Imprimir
Carlos Garcia-Manzano
Carlos Garcia-Manzano
Él es Carlos García-Manzano amigo no sólo de elcercano, donde cada semana participa activa y entusiastamente en nuestro programa de radio, con su sección"Todo Letras" acercándonos a este mundo de relatos inéditos, creados por él mismo, y cada cual más original. Hoy comparte sus historias no sólo por las ondas radiofónicas sino también por estos espacios virtuales.
Más artículos de este autor